Justo Vasco

Yonolosé - Juan Ramón Biedma / Abril - 2006

Yonolosé.

Está inspeccionando el paisaje detalladamente. Está mirando para acá. Mira todo lo que quieras, no puedes verme. Como los magos, te digo que mientras más miras, menos ves.

Justo E. Vasco, MIRANDO ESPERO.

La última o la penúltima Semana Negra, terraza del hotel Don Manuel, exterior, noche.

Justo no cenaba, pero pasaba por casa después de la feria, a un paso del hotel, para ver a Laurita y comprobar novedades; después se unía un rato a la tertulia, bebía una cerveza despacio, respondía más que hablaba, nos examinaba a todos sin evaluarnos.

Esa vez venía preocupado. Se sentó a mi lado y me comentó en voz baja que acababa de recibir un correo electrónico de un colega, un escritor cubano en un mal paso que necesitaba ser reclamado por alguna empresa o institución española para salir con urgencia de La Habana. Una cosa obligaba a la otra; entre saludos a los compañeros que iban cayendo y con una oreja para las intervenciones de los más escandalosos, nos salieron a los dos las últimas décadas en Cuba, la Revolución, o sea, las contradicciones, Playa Girón y la barbarie de la policía gubernamental, taxistas que leen a Goethe y la corrupción que lo pudre todo, Silvio Rodríguez, la puñetera rotación cósmica aparentemente inevitable, el momento en el que se produjo el cambio de rumbo de tantas buenas intenciones, yo no lo sé.

Creo que aquella fue la noche del descubrimiento del piojómetro, única contribución de Paco Taibo al avance de la ciencia -una especie de diadema metálica que, además de efectuar un recuento instantáneo del número de parásitos acumulados por cada novelista, le proporciona una estimulación electromagnética que neutraliza los episodios de inapetencia sexual provocados por tanta cabronada en nombre de la mercadotecnia-, las copas y Cristina circulaban por toda la terraza, y Justo no dejaba de darle vueltas a las dificultades del amigo prisionero en su tierra, montaba y desmontaba alternativas, o se callaba, y me miraba y se miraba. Superviviente. Me describió el Mercado Negro cubano como el nudo de una Novela Negra: un invento por el que los ciudadanos tenían que pasar necesariamente para conseguir lo imprescindible, plagado de espías del estado que obtenían allí sus pruebas para convertirlos en sus rehenes definitivos.

Lo más cerca que he estado de Cuba es Justo Vasco.

Entrando en la madrugada nos preguntábamos si sería posible implantar en algún sitio un nuevo modelo social inmune a la naturaleza destructiva de sus artífices y destinatarios.

Yonolosé, pronunciada por mí o por cualquiera, se ha convertido últimamente en mi frase preferida.

 

© Juan Ramón Biedma / Abril – 2006