Justo Vasco

Y la noria va...

Los que están en la cima hacen bueno un versito campesino muy popular en la Cuba de los cincuenta: “Esta vida es un relajo / en forma de gallinero / donde el que sube primero / se caga en el que está abajo…”

Publicado originalmente el 17 de septiembre de 2003

Nada mejor para describir los acontecimientos políticos de la actualidad que una noria. Los mismos tíos, u otros muy parecidos, siguen encaramados en las góndolas, algunas veces en la cima y otras un poco más abajo, pero incluso cuando están casi –muy importante ese casi- a ras del suelo, no pierden las esperanzas de que tarde o temprano estarán de nuevo arriba.

Mientras, los más estamos siempre abajo, haciendo cola y mirando, algunos con la esperanza de que les permitan subir a una de las góndolas, pero son demasiados los pretendientes y muy pocos los elegidos. Los que bajan sacan la cabeza, manotean, nos prometen cosas, piden el voto, llenan su momento de inmersión en las masas con el mensaje que han tenido tiempo de aprender y ensayar mientras descendían, y cuando nos llega el momento de responder, de decirles algo, ya la góndola se eleva a mayor o menor velocidad y nuestras voces no llegan.

Los que están en la cima hacen bueno un versito campesino, algo grosero pero muy popular en la Cuba de los cincuenta, antes de que los comisarios lo prohibieran por contrarrevolucionario: “Esta vida es un relajo / en forma de gallinero / donde el que sube primero / se caga en el que está abajo…”

Ante nuestros ojos pasan, una y otra vez, los mismos personajes o sus émulos, suena la misma música u otra muy parecida y soplan los mismos vientos, quizá un poco más rancios. Sólo que la noria es grande y lenta, muy grande y muy lenta, y muchos de los que abajo esperan un milagro sucumben a la amnesia antes de que el aparato dé otra vuelta. Por eso, hasta les parece novedoso lo que ocurre y casi nadie busca en la historia lo que pudiera servir como remedio, o al menos, como aviso de lo que podría sobrevenir. O de lo que con casi absoluta seguridad sobrevendrá.

Recientemente, el Gran Wyoming, con esa manera tan suya, entre cómica e indignada, comentaba los recientes mítines madrileños y manifestaba su terror ante los políticos. Se insultan, decía, se acusan de todos los males, y uno no sabe qué hacer. Si son unos mentirosos, estamos hundidos, porque dependemos de que cumplan sus promesas preelectorales. Pero si no lo son, concluía, estamos peor, porque todos aseguran que el contrincante es un delincuente.

En otra revista, un joven director de cine, cuyas películas indagan en los rincones más dolorosos de esta España de hoy, que va bien para algunos y muy mal para otros, decía que a la hora de votar ejercía su derecho a no hacerlo. No soy quien para juzgarlo, aunque no es esa mi posición. De todos modos, un diablito me susurra que ninguna película, por relevante que sea, o ninguna abstención, hacen que la izquierda retome sus valores o que la derecha sea apartada del verdadero poder o modere su prepotencia. Y otro diablito, tan artero como el anterior, se ríe y me recuerda que ninguna columna de opinión puede mover ya no montañas, ni siquiera briznas de heno en lo que a los poderes fácticos se refiere.

Las noticias más tremendas pasan sin pena ni gloria entre programas de cotilleos, noticias sobre fichajes, desfiles de modas y espacios publicitarios. Que España está a la cola de Europa en el gasto social, que la asignatura de religión (católica, por supuesto) puede acabar con las aspiraciones académicas de un estudiante, que el fiscal de Madrid deja prácticamente sin protección a los menores de esa comunidad, asignando a un solo funcionario más de quince mil expedientes… Nada de eso tiene mucha importancia. Eso no nos divierte, no nos ayuda a pasárnoslo bien, sólo sirve para echarnos a perder la sobremesa y aguarnos el trago.

Por el contrario, si un Romero de Tejada cualquiera o alguno de sus amigos, de esos que juegan al pádel con el presidente del gobierno, da un pelotazo de millones de euros con la recalificación de unas tierritas en un ayuntamiento comprensivo de los alrededores de la capital del reino, sentimos la sana y muy justificada envidia de no haber sido nosotros los agraciados. Pero como queremos seguir impolutos y no nos vamos a meter en política, apostamos a todo lo que se pueda y gastamos cada uno en lotería de Navidad lo que gana un obrero haitiano en veinte años de trabajo. A ver si el azar nos regala sus favores sin que tengamos que sacrificar la inocencia.

Así, la noria va, dando una vuelta completa de unas elecciones a otras. Mareándonos con su rotación monótona, obligándonos por momentos a mirar hacia otra parte para evitar la náusea. ¿No será para que pensemos, sin faltar demasiado a la verdad, que vivimos en el mejor de los mundos posibles? Qué pena.