Justo Vasco

Se necesitan motivos

Las armas biológicas no suelen ser tan voluminosas como las nucleares o químicas, y para su utilización agresiva en las ciudades de Israel bastaría con unos cuantos suicidas de alguna organización fundamentalista.

Publicado originalmente el 18 de septiembre de 2002

Ahora que el gobierno de Irak ha dicho que permite el ingreso a su territorio, sin condiciones, de los inspectores de Naciones Unidas, los tanques de pensamiento de Washington andarán rompiéndose la cabeza en busca de otro argumento que sirva de hoja de parra a la ya adoptada decisión de desencadenar la guerra que tanto necesitan para asegurar la primacía del ala más ultraderechista del Partido Republicano en las inminentes elecciones parlamentarias, según alertan muchos analistas de los más importantes órganos de prensa del mundo. Algunos de estos analistas son europeos y, por supuesto, antiamericanos como supuestamente son todos los que no babean de gozosa anticipación cuando el Gran Kahoona de la Casa Blanca se dispone a emitir una orden terminante de cumplimiento obligatorio (en árabe,fatwa), pero muchos otros son tan estadounidenses como el pastel de manzana, y nada sospechosos de actividades antinorteamericanas.

También podría ocurrir, como argumenta Mo Mowlan, la ex ministra del “sediento de sangre” Tony Blair para asuntos de Irlanda del Norte, que el ataque a Irak sea indispensable para desencadenar en el Cercano Oriente la más catastrófica merienda de negros (perdón, de árabes) de la historia, y en la rebatiña subsiguiente poder ocupar militarmente sin mucho ruido las regiones nororientales de Arabia Saudita donde están las mayores reservas de petróleo de toda la zona del Golfo, so pretexto de evitar su caída en manos de los fundamentalistas.

Primero se aseguró que Irak cuenta con un arsenal de armas de destrucción masiva. Se me hace muy cuesta arriba pensar que si esa es la situación real, Saddam Husein no las haya utilizado de alguna manera en Israel. Con su cínica crueldad mesiánica, el carnicero de Bagdad, que ya empleó esas armas contra su propia población, las habría aprovechado para ocupar el sitial de gran valedor del pueblo palestino y la causa árabe. Las armas biológicas no suelen ser tan voluminosas como las nucleares o químicas, y para su utilización agresiva en las ciudades de Israel bastaría con unos cuantos suicidas de alguna organización fundamentalista. A esos fanáticos religiosos, empujados a los brazos de Hamás o Jezbolah por la crueldad de la política israelí, les daría lo mismo. Lo suyo es difundir la muerte, cuanto más ciega y terrible, mejor. A diferencia de los destacamentos punitivos de Ariel Sharon, que realizan su labor de aniquilación, bajas colaterales incluidas, a partir de cuidadosos análisis y detallada planificación.

A continuación, se anunció que disponía de la capacidad para producir bombas nucleares, y que sólo le faltaba… el uranio. Cualquier estudiante avanzado de ciencias o tecnología sabe que esa capacidad tecnológica existe en todos los países del mundo desarrollado, y en muchos del Tercer Mundo. El problema es el material fisionable, cuya obtención y purificación está limitada a unas pocas naciones. Con ese pretexto, se podría declarar la guerra, por ejemplo, a Liechtenstein, o a alguna universidad técnica mexicana.

La última razón, esgrimida por el mismísimo mandamás supremo, es que Irak incumple las resoluciones de las Naciones Unidas, lo que constituye una verdad incuestionable. ¿Pero significa eso que, después de Irak, se le aplicará a Israel la misma coerción militar? La utilización descaradamente selectiva de este argumento demuestra que el cinismo de los imperios no tiene límites. No lo tenía en tiempos de Roma, y ahora tampoco.

El presupuesto de guerra para el próximo espectáculo televisivo, con guión de Dick Cheney, producción de Donald Rumsfeld, casting de Condoleeza Rice y dirección de Dubya Bush, es de 200 millardos de dólares. Me imagino a los adalides del complejo militar-industrial -esa poderosa organización que fuera denunciada en su tiempo por Dwight Eisenhower, general de cuatro estrellas y presidente de los Estados Unidos-, frotándose las manos y, como dice un refrán ruso, abriendo el bolsillo lo más ancho posible para obtener su tajada. ¿Cuánto vale una bomba inteligente? ¿Más o menos que el alimento y las medicinas que necesitan cien niños a lo largo de un año? Para evitar la demagogia, no hablemos de niños iraquíes. Para la comparación sirven también los niños norteamericanos que están incluidos entre los 43 millones de personas de esa gran nación que viven por debajo del límite de pobreza, o sea en la miseria. Aunque, con tanto consumo posible, esos niños seguramente salen más caros que los de Ruanda, Bangladesh o Malawi.