Semejanzas sospechosas
Lo que debiera ser un hecho totalmente normal en un partido político (los cambios) de un país democrático, en España se explica como “un cambio histórico”.
Semejanzas sospechosas
Publicado originalmente en La Voz de Asturias el 03 de septiembre de 2003
La noticia de la semana, desde que una sospechosa y oportunísima filtración llegó a la prensa para borrar de los titulares la reunión de los dirigentes socialistas en Santillana del Mar, es la designación del sucesor de Aznar. El nombre de Mariano Rajoy, para bien y para mal, es la constante de estos días en todas las portadas y telediarios. Desde que se supo que la propuesta de Josemari Matamoros recaía sobre el vicepresidente primero del gobierno, corre uno el riesgo de que lo detengan por la calle, le coloquen un micrófono delante y le pregunten qué le parece el sucesor.
A mí, en general, no me parece nada más que otra ración de lo mismo, quizá con un poco más de vaselina. Porque la ironía y el sarcasmo con los que el señor Rajoy inicia sus descargas de artillería pueden confundir al adversario y hacerlo bajar la guardia. Además, ese responder preguntando, ese modo tan particular de negar afirmando o afirmar negando, que se considera uno de los defectos –aunque yo diría ventajas- del carácter gallego, permite un tiempo extra, un movimiento adicional en el tablero del debate político, que a veces resulta muy útil.
La propuesta de Aznar ya fue discutida (es un decir) en los órganos dirigentes del PP, las votaciones ya se llevaron a cabo y las declaraciones rimbombantes comienzan a aflorar. Pero aquí es donde me asaltan las sospechas de que estoy asistiendo a la representación de un espectáculo que ya he visto más de una vez con leves variaciones.
Me explico: eso de que Rajoy recibiera 503 de los 504 votos emitidos, y que el único en blanco fuera el suyo –como si no quisiera el puesto, pobrecillo-, me recuerda varios congresos del Partido Comunista de Cuba, donde Fidel y Raúl Castro recibían todos los votos de los delegados, incluyendo los suyos, porque no perdían tiempo con gestos de niños modositos. Dos mil delegados, dos mil votos, y sanseacabó. Esos resultados hablaban por sí mismos: la unidad del partido, la genialidad del comediante en jefe y su hermanísimo, la disciplina de los delegados, etc. Cualquier cosa, menos capacidad crítica y democracia interna.
Pero, ¿quién le pide a un partido estalinista en el poder capacidad crítica y democracia interna? Antes daría aceitunas un cocotero. Y Rajoy puede sentirse contento con los resultados, porque en uno de los recientes congresos del PCC Fidel Castro tuvo un voto en contra, a lo que los asistentes respondieron con el necesario ataque de histeria patriótica, gritando durante quince minutos “¡Traidor, traidor!”, al referirse al díscolo que se había pronunciado contra el Dios padre de la secta. Si Rajoy hubiera visto el vídeo de aquella votación no creo que se hubiera atrevido a votar en blanco.
Otra de las semejanzas con el partido gobernante cubano, o con el PRI mexicano en sus buenos tiempos, es la abundancia de calificativos altisonantes con la que se describen los cambios. Lo que debiera ser un hecho totalmente normal en un partido político de un país democrático, aquí se explica como “un cambio histórico”. En la extinta Unión Soviética, los cambios en la composición del buró político eran siempre un “paso histórico hacia la construcción de la nueva sociedad”, y ni qué decir del ascenso de un nuevo secretario general.
Será que me falta imaginación, pero no veo por ninguna parte la trascendencia de esta designación. Que las derechas españolas reunidas sean dirigidas primero por un ex ministro franquista con cierto carisma, después por un hombrecillo gris y hosco, salido de los rincones más oscuros de la burocracia del mercado, y ahora por un tío con rostro más o menos simpático, especialista en decir que sí a sus jefes y que de vez en cuando es capaz de hacer un chiste con mala intención a costa de sus adversarios, no es más que la señal de que, con sus limitaciones, se acepta que los tiempos cambian.
¿Y no será que quieren reducir la historia a eso, al paso del tiempo? Quién sabe, y con lo rápido que perdemos la memoria, no me sorprendería. Ni tampoco que, dentro de cuatro, ocho o doce años, emocionados por la estatura cósmica de su líder, el designado hoy o el que sea, los militantes de la derecha ibérica lo saluden al grito de “¡Secretario en jefe, ordene!”
Porque eso de que los extremos se tocan, es tan cierto como que el día sigue a la noche, a pesar de las ideologías que cada cual dice profesar. Nada, defectos que tiene la ciencia.