Que viene el coco
Entre todos los proyectos y experimentos sociales que tan tristemente han fracasado en mi país de origen no está precisamente la atención médica a la población.
Publicado originalmente el 8 de enero de 2003
Leo en un diario asturiano: “el gobierno del señor Areces quiere ‘cubanizar’ la sanidad asturiana”. Qué miedo. De repente me imagino el terror que estremecerá al pobre ciudadano que depende de los servicios públicos de salud. Ya lo veo, inerme, tendido en la mesa del quirófano con ojos desorbitados mientras Fidel Castro, de completo uniforme verde olivo, con un machete mellado en la mano, hurga en sus entrañas buscando qué hay que cortar y dejando caer, de vez en cuando, las cenizas de su Cohiba sobre las asas intestinales del indefenso paciente.
Si eso es lo que nos espera, habrá que emigrar por lo menos a Samoa oriental o a la costa occidental de Groenlandia. Me veo fabricando una Kon-Tiki de última generación o alquilándole la patera a alguno de los miles de africanos que cruzan el estrecho mes a mes. Porque si no basta con poner el Atlántico de por medio para librarse del aliento pernicioso del viejo zorro sobreviviente, si su afán estatalizador es el nuevo fantasma que recorre el mundo, lo llevamos bien crudo.
Pero, bueno, no es para tanto. La amable doctora que lanza tan terribles rumores sobre las intenciones del ejecutivo asturiano no hace más que seguir el método tan en boga entre los políticos de desprestigiar al contrario, señalado por el escritor José Ovejero -por cierto, lo considero uno de los grandes en el panorama de la narrativa actual española-, en un reciente comentario aparecido en este periódico.
¡Que viene el coco!, y se supone que todos nos tenemos que echar a correr, que nos manifestaremos airados ante el gobierno del Principado en defensa de nuestros sagrados derechos a optar entre la sanidad pública y la privada. Pero lo del coco está bien para los guajes. Para los que tenemos ya unas cuantas décadas en las costillas, lo aconsejable sería ver qué hay de cierto en la temida “cubanización” de la sanidad asturiana.
Para saber de qué estamos hablando y que luego no nos acusen de bajo nivel intelectual, habría que decir un par de palabras sobre la medicina en Cuba. Entre todos los proyectos y experimentos sociales que tan tristemente han fracasado en mi país de origen no está precisamente la atención médica a la población.
Los recursos con que cuenta la sanidad cubana son pocos, debido al estado desastroso de una economía comatosa desde la desaparición de la Unión Soviética, y que no acaba de levantar a causa de los caprichos y pataletas del “máximo líder”, con la invaluable contribución del embargo norteamericano, su aliado estratégico desde hace muchos lustros. Pero, para disfrutar de esos escasos recursos, los ciudadanos no precisan de año y medio de colas en los centros de sanidad pública. Hay pocos medicamentos, pero muchísimos médicos. Y se atiende a todo el mundo por igual. El sistema de médicos de familia garantiza niveles de prevención que muchos países ricos de Europa no tienen. Y, por citar un ejemplo, los índices de mortalidad infantil (bebés nacidos vivos y fallecidos en el primer año de vida) son inferiores a los que registra el Distrito de Columbia, sede de Washington, la capital federal del país más rico de la Tierra.
Hecha esta aclaración, veamos cuales son las intenciones del gobierno asturiano. ¿Se prohibirán los seguros médicos privados? Pues no. ¿Se impondrán impuestos asfixiantes a los profesionales de la medicina privada? Parece que tampoco. ¿La lista de clientes de los médicos privados irá a parar a manos de alguna policía política? No se ha dicho nada de eso. ¿Se abrirán campos de trabajo forzado en el valle de Pimiango para los médicos privados? Ni siquiera la CIA tiene indicios de tan temibles intenciones. Entonces, ¿cómo pretende la consejería de salud “cubanizar” mis derechos ciudadanos como paciente?
Pues sólo se trata de que los médicos que ingresen a la sanidad asturiana deben trabajar con exclusividad en este sistema. Y nada más. De la misma manera que los jueces no pueden dedicarse a ejercer la abogacía privada, o que los policías no pueden trabajar como gorilas de discoteca, o que los cargos electos no pueden dirigir empresas privadas. Solamente eso.
Porque todos sabemos que la picaresca está cada vez más viva. Y conocemos personas que, para eludir la larga cola de la sanidad pública, pasan primero por la consulta privada de un profesional que tiene un pie en cada orilla. Al menos, conozco en detalle un par de casos, y eso que no soy periodista de investigación. Bueno, quizá sean los dos únicos ocurridos en España en las últimas décadas. Si así fuera, pido perdón con toda humildad. Pero lo dudo. Profundamente.