Por la boca muere el pez
De vez en cuando, viene bien hacer un ejercicio de razonamiento sobre asuntos aparentemente más distanciados y menos materiales, como por ejemplo las grandes consignas con las que los partidos políticos intentan definirse o presentan sus programas.
Publicado originalmente el 22 de enero de 2003
Entre tantas pasiones locales, más o menos justificadas, a veces no nos detenemos a pensar en cosas que suceden más allá de Pajares. Se trata de algo natural, los hechos más influyentes en la vida de los ciudadanos ocurren, por lo general, a corta distancia. Un ejemplo: la próxima y muy anunciada guerra del Golfo, influirá en la vida de los que habitamos en este paraíso natural de la costa del Cantábrico, pero sólo mediatizada a través de otros hechos que tendrán lugar en España: la posición del gobierno, que con toda seguridad pondrá en la línea de fuego a jóvenes españoles alistados en la armada, la subida de los precios del combustible, acordada por las grandes empresas españolas del ramo, el aluvión mediático que relegará, cuando no anulará, la información sobre los pequeños hechos de la cotidianidad más inmediata.
Sin embargo, de vez en cuando, viene bien hacer un ejercicio de razonamiento sobre asuntos aparentemente más distanciados y menos materiales, como por ejemplo las grandes consignas con las que los partidos políticos intentan definirse o presentan sus programas. Porque lo que hoy son declaraciones verbales, muchas veces altisonantes, mañana se convierten en hechos, por acción u omisión. Y entonces nos lamentamos de no haber prestado más atención en su momento, o sea, antes de las elecciones.
En este sentido, considero que la definición del centro político hecha por José María Aznar en la reciente convención de su partido es un excelente material para la disección, a la luz de la historia más reciente de España y del mundo en general, sobre todo por el tono exultante del presidente del gobierno mientras pontificaba sobre las verdades inconmovibles que guían, dixit, su paso por la vida pública.
Aznar contrapone, de dos en dos, ocho conceptos para identificar al centro político: realismo contra ensoñaciones, responsabilidad contra frivolidad, moderación contra extremismo y estabilidad contra incertidumbre. Y, tras meditar, llego a la conclusión de que el gobierno de Madrid posiblemente -chi lo sa?- no sea tan de centro como alega su gran timonel.
En mi lectura de la vida política, el realismo va de mano con el pragmatismo, y en su extrema manifestación con la renuncia a estimular cambios en la sociedad. O sea, que el realismo centroaznarista puede significar, para los cientos de miles de desempleados españoles, que todo seguirá igual. Para los millones carentes de recursos para adquirir una vivienda -y, a veces, para alquilarla-, que tendrán que seguir donde están, viviendo con sus padres los que más, o debajo de un puente los que menos. Y, a nivel mundial, implica renunciar a cualquier sueño de que los derechos humanos valgan para todos y dejen de ser un catálogo de privilegios de quienes vivimos en el primer mundo.
Hasta aquí, vale. Como decían en una película norteamericana, la lucha de clases no la inventó Marx, y cada cual gobierna según la clase que representa. Nada que objetar, por el momento, al centrismo del PP. Pero cuando se habla de responsabilidad contra frivolidad, se me eriza la piel. Porque si el ejemplo de responsabilidad es lo ocurrido con el Prestige, apañados estamos. O con el precio de la vivienda. O con los precios en general, tras la introducción del euro. Las respuestas oficiales son tan frívolas que espantan.
Vamos uno a uno. Y ahora no queda más que analizar si la gestión aznariana está del lado de la moderación o del extremismo. Pues hay de todo un poco: moderación a la hora de investigar, por ejemplo, casos como el de Gescartera o las estafas de los cultivadores de lino. Extremismo a la hora de desairar al parlamento autonómico gallego en la investigación de la catástrofe reciente, o de impedir cualquier decisión de una comunidad autónoma no regida por el PP, destinada a mejorar salarios o pensiones. Y en política internacional, el alineamiento incondicional con la política de Bush en contra de la opinión mayoritaria de los españoles, o de los habitantes de esa Europa de la que tanto nos vanagloriamos en pertenecer, es otra muestra de extremismo combatiente.
Y donde más se me arruga el corazón es en aquello de la estabilidad que proclama el centro contra la incertidumbre que profesan todos los demás. Con una economía en retroceso, con mayor inseguridad ciudadana, con soluciones policiales a problemas migratorios, que tienden a complicarlo todo cada vez más, con la caída del poder adquisitivo de la mayoría de la población -la que vive de su trabajo-, hablar de estabilidad me parece un escarnio total, que sólo se dice cuando se está seguro de que nadie va a prestar mucha atención.
Tres a uno en contra del bienamado centro. ¿No será que son de derechas?