Justo Vasco

Overbooking

¿Quién no cambia de opinión en estos tiempos? Rajoy, en una ponencia de hace dos lustros, abogaba por modificar la Constitución, y llegaba hasta a admitir la posibilidad de una España federal. ¿Y ahora? Pues se ríe de tan ridículas propuestas.

Publicada originalmente el 14 de enero de 2004

A causa de nuestra maldita costumbre de suponer siempre en los políticos las peores intenciones, se nos escapa el hecho de que el anunciado overbooking en RENFE podría tener muy, pero que muy buenos resultados. No se trata, como han dicho algunos desaprensivos y no pocos ciudadanos, de vender dos veces el mismo asiento, o de cobrar por un servicio que posiblemente no te puedan ofertar. Esos serían efectos colaterales, mucho menos dañinos que los que ya conocemos por los reportajes en directo de las últimas guerras.

Me parece haber descubierto cuáles son los objetivos ocultos de esa medida. Para ello, leo mensualmente tres o cuatro thrillers de los más trepidantes, y con estulticia digna de tan mala causa me mantengo informado sobre las andanzas sentimentales del gran prócer asturiano que encabeza el Ministerio de Fomento, promotor de la idea, sin dejarme llevar por esos radicales que lo acusan de que, en su tiempo, votó contra la ley del divorcio.

¿Quién no cambia de opinión en estos tiempos? Rajoy, en una ponencia de hace dos lustros, abogaba por modificar la Constitución, y llegaba hasta a admitir la posibilidad de una España federal. ¿Y ahora? Pues se ríe de tan ridículas propuestas. Por eso está a punto de quitarle a Esperanza Aguirre el título de alegría de la huerta, miren cómo se ha marchitado, cómo se ha llenado de bilis la presidenta madrileña en sus encontronazos con Gallardón.

Pues volviendo al overbooking, creo que todo está enfocado para incrementar la natalidad en esta España que los inmigrantes están a punto de quitarnos con su paridera incesante. Imagínese que se sienta en su vagón de primera, y a los cinco minutos aparece una de esas mujeres monumentales que tanto abundan en ciudades y campiñas asturianas: joven, bella, maciza y en edad fértil. Pues a compartir asiento, de aquí a León la lleva sobre las rodillas, de León a Valladolid ella lo acomoda sobre las suyas, y lo que hagan de ahí en adelante sólo depende de su destreza. El primer paso ha sido dado por nuestras atentas autoridades.

Otro motivo puede ser aliviar la soledad de tanto paisano o paisana con bastantes años en las costillas. Digamos, que aquella señora de cabello blanco y ojos bondadosos tiene que compartir asiento con otro señor, atildado y todavía en edad de merecer. Eso podría dar como resultado una sustantiva mejoría vital. Nada de sentarse a ver “Tómbola” por las noches, o de seguir las peripecias de telenovelas ultramarinas después de la comida: RENFE habrá hecho lo suyo, y en lugar de rendir pleitesía a la pantalla tonta podría haber jubiloso fornicio, para alegría de los participantes directos y de aquellos vecinos que, alentados por los ruidos amatorios, decidan dirigirse a la agencia de viajes más cercana preguntando en qué recorridos hay mayor overbooking, a ver si la suerte les sonríe.

Es más, volviendo al ejemplo del ciudadano de la tercera edad, supongamos que su asiento también le ha sido vendido a un o una inmigrante, con papeles, faltaría más, joven, de tez cetrina, músculos fuertes (de trabajar en la construcción o cuidar enfermos), a quien la nostalgia y la soledad le devoran el alma. De tan íntima amistad, surgida por instigación de RENFE, podría nacer un ansia de integración, un frenesí asimilatorio, que resolvería muchos problemas desagradables de los que tanto tiempo ocupan en algunos medios más o menos radicales y extremistas, y propiciaría la multiculturalidad a nivel personal. Y quién sabe si ese nuevo converso a la españolidad tercermilenaria, pueda convencer a sus coterráneos de las ventajas de viajar por ferrocarril en nuestra ibérica nación.

Amigos, como pueden ver, el overbooking no persigue ningún propósito tortuoso ni pretende engañar a nadie. Es más, el hecho de que todavía no se aplique en todos los ámbitos de la vida social española indica un lamentable retraso con respecto a lo más avanzado del Primer Mundo. Tomémoslo todo con mayor indulgencia, no pidamos peras al olmo y, cuando nos fulmine un rayo, intentemos pensar en la bella foto que algún aficionado haya podido sacar iluminado por la descarga. Además, vender asientos de más en medios de transporte es legal, no engorda y probablemente tenga la aprobación de algún cónclave cardenalicio o del Congreso de los Estados Unidos (no se me ocurre nada que legitime más que estas dos instancias).

Pidamos overbooking en los chigres, en los estadios de fútbol, en los hoteles, en los premios de la lotería y dónde se nos ocurra. Sólo así podremos vencer las reminiscencias de un atraso secular que amenaza volvernos a invadir so pretexto de defender los derechos del consumidor. Overbooking sin fronteras, esa debe ser la consigna para los próximos años.

Bueno, alguna excepción habrá. Los cementerios, por ejemplo. Como tarde o temprano todos estaremos allí, no tienen que apelar a tan sofisticada práctica. Nada, que siempre hay alguien enfrentado a la modernidad.