Metamorfosis
Desde que se esbozó el acuerdo de izquierdas en Cataluña, el gobierno de Madrid se lanzó a una feroz campaña de acoso y derribo.
Publicado originalmente el 28 de enero de 2004
Se cierra, más o menos, la crisis política en trono al tripartito de Cataluña. Para unos, es asunto finiquitado: la salida por etapas de Carod Rovira del gobierno autonómico pone fin a un triste episodio de irresponsabilidad infantil y búsqueda de protagonismo a toda costa. Para otros, es un apaño chapucero, pues lo único válido sería la ruptura del pacto de la izquierda, para que esta no pinte nada en la Generalitat ni, de ser posible, en el resto de España.
La verdad es que a los cirqueros del PSOE le crecen los enanos sobre todo cuando se acerca una función de gala, léase elecciones. Con tales amigos (y miembros, añado), los peperos pueden ahorrarse una millonada en campaña electoral. Pero yo no hablaría de mala suerte, sino de inconsistencia, falta de ideología, y un estado perpetuo de vacilación que, en verdad, no invita a hacerles mucho caso, aunque uno esté convencido que su alternativa, la que ha gobernado España los últimos ocho años, es mucho, pero mucho peor, y si no me lo creen, el tiempo ya ha comenzado a demostrarlo.
Desde que se esbozó el acuerdo de izquierdas en Cataluña, el gobierno de Madrid se lanzó a una feroz campaña de acoso y derribo. El trío formado por los socialdemócratas light del PSC, los antimonárquicos nacionalistas de Esquerra y los izquierdistas ecologistas y supuestamente radicales de IC-Los Verdes, se convirtió en el tópico zorro de una cacería a la inglesa. Cien días de gracia se le conceden civilizadamente a casi todo nuevo equipo que asume el mando; al tripartito, el híbrido PP-gobierno central le dio cien milisegundos y enseguida comenzó el bombardeo de ablandamiento.
Así que la supina idiotez de Carod Rovira, no tanto por su contenido (son unos cuantos los que han hablado con ETA a lo largo de estos lustros) como por su inoportunidad, le ha servido en bandeja un doble triunfo a Rajoy: dar puñalada trapera al tripartito catalán y verter un cubo de la más pura mierda ibérica sobre la cabeza de Zapatero, que o bien queda como cómplice de Carod (o de Josu Ternera y otros asesinos etarras, ¿por qué nos vamos a cohibir?), o como centralista español que emite órdenes terminantes desde Madrid.
Resultado: dos ganadores netos. El PP, porque habría que creer en los Reyes Magos o en las armas de destrucción masiva de Saddam para suponer que los socialistas vayan a ganar las elecciones tras semejante metida de pata de sus aliados regionales, y ETA que vuelve a estar en el candelero como fruto del escándalo, con el plus añadido de que no sólo el nacionalismo no violento vasco le otorga cierta consideración.
Para colmo, en el barraje propagandístico de Joseph (perdón, iba a poner otro apellido, pero los tiempos son otros, aunque…) Zaplana se habla de que el acuerdo implicaba autorizar tácitamente la muerte de todo español que no resida en Cataluña. Lo siento, pero dado el historial de este gobierno en lo que a verdades se refiere –la guerra de Irak, el Prestige, por ejemplo- perdonen que mi credulidad se haya resentido un poco. Y que ese cambalache tenía como contraparte una declaración sobre el derecho a la independencia de los pueblos de España, cosa que proclama Carod Rovira todos los días sin necesidad de reunirse con nadie, tampoco tiene mucho sentido.
Lo que sí queda claro es que el momento para desvelar la famosa reunión ha sido el más oportuno: en plena celebración del primer congreso internacional sobre víctimas del terrorismo. Los servicios especiales españoles, que al parecer hacen un excelente trabajo de seguimiento de políticos pertenecientes a partidos democráticos, sufren de filtraciones convenientemente retrasadas. O eso, o alguien retuvo la información hasta ahora, para hacer el mayor daño posible. Y no pienso que haya sido ningún radical extremista de los que llevan hoces y martillos en la ropa interior.
Aznar dice que lo importante no es cómo se obtuvo la información, sino lo que se ha descubierto. Frase genial, que seguramente estaba entre las citas preferidas de los almirantes de las juntas militares argentinas o de los sicarios de Saddam Husein. Esperemos que Rajoy sea menos bocón que Josemari y evite lamentables similitudes que puedan dar lugar a confusión.
Entre estas mentiras y otras medias verdades, la derecha española lleva años empeñada en completar la profunda metamorfosis que terminará –a eso aspiran- por convertirnos a todos en tontos de capirote. Y parece que avanzan.
Nos creemos ricos y estamos endeudados hasta los hijos de nuestros nietos, nos creemos ciudadanos de un estado laico y el estudio de la religión católica es obligatorio, nos creemos muy desarrollados, y estamos llenos de plantas de ensamblaje como cualquier ciudad de la frontera norte de México mientras nuestros científicos tienen que emigrar para ganarse el pan, como los peones gallegos y asturianos de hace cien años.
Y, el colmo, nos alientan a preocuparnos por la unidad de España, para lo cual nos piden votemos por el partido político que más ha hecho desde la democracia por fomentar la hostilidad entre los pueblos de este país.