Justo Vasco

Los amantes del drama

No nos sentimos europeos, nos reconocemos españoles en pocas ocasiones, y para remitirnos a la tierrina, cuando pasa el Día de Asturias volvemos a ser ovetenses, gijoneses, llaniscos o alleranos.

Publicado originalmente el 08-09-2004

Entre declaraciones y contradeclaraciones, donde de repente Zaplana alaba la posición de Rodríguez Ibarra, alegando que en el PP muchos piensan como el predecible presidente extremeño, Zapatero no pronuncia ni un solo sonido y Maragall intenta desentenderse de las últimas declaraciones de su compañero de partido con una sonrisa irónica, se oye una frase inteligente: que se quite dramatismo a este tema.

La dijo Manuel Chaves, agregando que lo que hacía falta ahora era diversidad de puntos de vista para dar lugar al debate que pretende el gobierno socialista. Porque con o sin debate, con o sin declaraciones independentistas, integristas, oportunistas o conciliadoras, España y su integridad no están ahora más en peligro que hace diez o veinte años.

Los últimos mil años de historia ibérica, sea cual sea la fuente que se consulte, han sido una sucesión de luchas intestinas, alianzas, guerras y traiciones, que culminaron en la sangrienta Guerra Civil y los casi cuarenta años de dictadura fascista nacionalcatólica. Y, a pesar de todo, España ha ido creciendo y fortaleciéndose lentamente como nación, con marchas y contramarchas, hasta ser una de las diez economías más fuertes del planeta.

Las pulsiones frondistas, llevadas al nacionalismo extremo, han sido un rasgo distintivo de la hispanidad, a este y al otro lado del Atlántico –de tal palo, tal astilla-, aunque a decir verdad, ni siquiera son exclusivas de España. Pero quizá sea aquí donde armen más ruido y adquieran, en esta posmodernidad, un carácter más pintoresco, excepción hecha del terrorismo etarra, que prefiere alumbrar sus tinieblas e ilustrar su mensaje oscurantista con sangre inocente.

El nacionalismo catalán está más en la esfera de lo simbólico que en lo que importa, lo económico e institucional. El nacionalismo gallego se encuentra ahora más interesado en echar al eterno Fraga, que amenaza con momificarse en el poder como su amigo –y en muchos sentidos correligionario- Fidel Castro. Por lo tanto, no vale la pena dramatizar lo que dijo fulano o lo que pretende instaurar mengano aunque aún no haya abierto la boca. Más nos vale oír con atención para separar el grano de la paja.

No nos sentimos europeos, nos reconocemos españoles en pocas ocasiones, y para remitirnos a la tierrina, cuando pasa el Día de Asturias volvemos a ser ovetenses, gijoneses, llaniscos o alleranos, que alegamos no podernos ver ni en pintura aunque muchas veces compartimos buenos culines de sidra siempre que la ocasión sea propicia.

El drama, en este caso, sirve solo a los que fueron echados de la poltrona el 14-M.  “¡España se fragmenta! ¡La Patria está en peligro!”. Y ahí están ellos, los salvadores, para garantizar el status quo sin la menor alteración, listos a inmolarse por la nación y a manejar los presupuestos y subvenciones con la misma desaprensión que achacaron constantemente a sus predecesores.

Porque sin miedo, ¿para que sirven los partidos monolíticos, las voces únicas, los salvapatrias en nombre de Dios? Si el hombre de la calle no tiembla de terror al ver el rostro de Carod Rovira en un telediario, ese ladrillo inexpresivo que ostenta Michavila entre el mentón y el nacimiento del cabello no puede resultarle simpático a nadie. Y menos, la mirada pícara y llena de soberbia de Zaplana, que siempre me recuerda al gato villano, aquel Aceitoso que intentaba hacerle la vida imposible a Superratón.

No en balde los peperos son la esperanza de un futuro nacionalcatolicismo de tapadillo. Han bebido en las fuentes de la iglesia católica la necesidad de sembrar la incertidumbre, la preocupación, el miedo. Porque, sin esos factores, ¿de qué sirven sacerdotes, obispos, cardenales y ese inmenso aparato de poder que nos sigue esquilmando año tras año? ¿A quién podrían venderle su mensaje de sumisión y resignación?

Pues lo mismo con el preocupado Rajoy y sus acólitos: ellos son los salvapatrias, así que tienen que avisar del desastre inminente. Y mientras, como en la película de Fellini, la nave va…