Justo Vasco

La vida de la noticia

Oiremos fantásticos proyectos para recuperar todo lo perdido o impedir, para siempre, que eso vuelva a ocurrir, proyectos para ganar votos, para endulzar oídos, no para llevarlos a cabo con tesón y seriedad.

Publicada originalmente el 18 de diciembre de 2002 

Las informaciones sobre la enorme catástrofe acontecida frente a las costas de Galicia ocupan un espacio cada vez menor en los medios de comunicación. Y es normal, por monstruoso que nos parezca. Los medios viven de las noticias, aunque algunos gestores piensen que es de la publicidad, pero sin noticias que dar nadie les prestaría atención, y por tanto la publicidad no llegaría a sus destinatarios naturales. O sea, que sin noticias no hay nada.

Y la noticia, si la representamos por un gráfico donde el eje horizontal describa el transcurso del tiempo, y el eje vertical mida la alteración en la vida de los seres humanos o sus sociedades, nunca será una línea pareja que suba o baje paulatinamente. No, la noticia es un pico, hacia arriba o hacia abajo. Si el premio del sorteo de Navidad cae íntegramente en una ciudad, ahí va el pico hacia arriba. Si se lleva a cabo un atentado terrorista, pues hacia abajo. Pero los procesos paulatinos, y más aún los que se estabilizan en su desarrollo, desaparecen de ese conjunto conceptual conocido como “acontecer noticioso”.

Por desgracia, la tragedia del Prestige tiene todos los elementos para ser una de esas situaciones que se enquista en el tiempo, sin solución visible a corto o mediano plazo, sin añadir más desgracias que las que ya ha causado y sin que nadie pueda prever un cambio dramático que vaya a mejor. El buque hundido frente a la costa atlántica sigue soltando su veneno y el mar continúa depositándolo en playas y acantilados. El ecosistema de la zona sigue en estado de coma, al igual que la economía local y las posibilidades de recuperación.

Y poco a poco, todo eso que nos sigue pareciendo un despropósito absoluto, un macabro carnaval de imprevisión y estupidez sin parangón, se convierte en el paisaje cotidiano, en algo que está ahí y no cambia, como las narcoguerrillas de ultraizquierda y ultraderecha en Colombia, el terrorismo y la represión en el Oriente Medio, el hambre en Etiopía, la corrupción en Argentina, el fanatismo fundamentalista en todo el mundo y el SIDA en África, por sólo mencionar algunos de los fenómenos permanentes que hacen tan grata y variada la vida en el planeta.

Poco a poco, el esfuerzo titánico de la población de Galicia y de decenas de miles de voluntarios se irá esfumando de páginas y pantallas, entre hipócritas palabras de reconocimiento de líderes políticos, unos incapaces y otros oportunistas. Y ya aparecerán razones globales -tal vez alguna guerra made in USA– para retirar de las costas gallegas a soldados, marinos, fragatas y helicópteros.

Y tras la tercera marea negra de estos días habrá una cuarta, una quinta, y quién sabe cuántas más, porque para impedir que la tragedia continúe, así como para mitigar los enormes daños causados al medio ambiente, hay que gastar muchísimo dinero, hay que encontrar, y bien rápido, soluciones científico-técnicas audaces y llevarlas a la práctica, sin miedo a equivocarse, cosa imposible en un país que sigue fielmente el despropósito unamuniano de “que inventen ellos”.

Mientras, habrá que conformarse con alguna que otra nota en páginas interiores, de la misma manera que los que han perdido su medio de vida, sus tradiciones laborales, el limpio olor a mar de sus costas y hasta el paisaje, tendrán que conformarse con ayudas de mayor o menor cuantía, que al principio vienen bien, pero que con el tiempo se transforman en limosnas sin las que se hace imposible vivir, pero que no llevan a ninguna parte ni permiten vislumbrar un futuro.

Habrá que aguantar las náuseas cuando unos y otros, en los paroxismos propios de la inminente campaña electoral, nos restrieguen por la cara, entre imágenes de playas cubiertas de chapapote y aves petroleadas, la incompetencia de los que gobiernan o la deslealtad de los que pretenden gobernar. Y oiremos fantásticos proyectos para recuperar todo lo perdido o impedir, para siempre, que eso vuelva a ocurrir, proyectos para ganar votos, para endulzar oídos, no para llevarlos a cabo con tesón y seriedad.

Eso hasta después de las elecciones, claro. Después, los gallegos volverán a quedarse solos. A no ser que usted, el que compra este periódico o cualquier otro, el que ve el telediario de cualquier cadena, exija su derecho a seguir siendo informado. Porque los medios viven de las noticias, sí, pero sólo en la medida en que tienen a quién comunicarlas.