Justo Vasco

El reino del absurdo

Una gran superpotencia, la única sobre el planeta, declara que la guerra preventiva es el paso superior de la legalidad internacional, de la compasión, del progreso y de la lucha por la democracia.

Publicado originalmente el 26 de febrero de 2003

Con frecuencia nos quejamos -me quejo- de la terrible pérdida de memoria colectiva que nos abruma, de la facilidad con la que los aparatos del poder nos ponen una y otra vez delante de la misma piedra para que choquemos de cabeza con ella. Pero en estos momentos comienzo a darme cuenta de que esa amnesia, provocada o autoasumida, a veces sirve para librarnos de la locura.

Estamos inmersos en un remolino que puede describirse, calificarse y medirse mediante un solo concepto: el absurdo. Es ese mismo absurdo en el que nos veríamos si cayera nieve durante julio y agosto, si el sol comenzara a salir por el poniente o si nuestras mascotas nos echaran del sofá para ver ellas el fútbol y, encima, se pusieran a comentar las jugadas y a maldecir a los árbitros. Entonces, si nuestra memoria se borra como un disco duro reconfigurado, si olvidamos la secuencia de las estaciones y de las horas del día, si borramos del recuerdo los puntos cardinales y si miramos a nuestros perros y gatos con ojos que están descubriendo el mundo por primera vez, podremos conservar algo de cordura.

Podremos no abrir la boca de sorpresa cuando una gran superpotencia, la única sobre el planeta, declara que la guerra preventiva es el paso superior de la legalidad internacional, de la compasión, del progreso y de la lucha por la democracia. Y quizá nos parezca razonable exigirle a un dictador que se desarme, agregando que no importa lo que haga, lo vamos a invadir de todos modos y vamos a ocupar militarmente su país. Llevado al lenguaje cotidiano: abandone las armas, desconecte el teléfono y quite las alarmas, que de todos modos vamos a asaltar su casa. Sí, es para liberar a su familia, que usted oprime con tanta vesanía, pero como no queremos arriesgarnos, vamos a arrasar su casa.

Podremos entender, impasibles, que un país poderoso publique una lista de generales y funcionarios políticos y administrativos de otro estado soberano, advirtiéndoles que serán llevados ante los tribunales si no se deshacen de su mandamás a la mayor brevedad. Añadiendo que, de todos modos, los vamos a invadir. Y seguramente los meteremos a todos en un campamento de prisioneros, en el desierto o en Guantánamo. Y eso podría parecernos un estímulo irresistible, uno de esos negocios de Don Corleone al que uno no se puede negar.

Podremos transigir con las argumentaciones de una supuesta elevada moral, con la que el emperador y sus súbditos y lacayos -alguno de pro tenemos por aquí- intentan justificar lo que constituye un acto de agresión flagrante, aunque el país agredido, que será blanco de las bombas y objeto de ocupación, esté dirigido por un sátrapa tenebroso, mientras la famosa “coalición internacional” se forja como en los mejores tiempos del “big stick”: a golpe de talonario o advirtiendo que quien no secunde al nuevo César, se quedará fuera de juego, lo que quiere decir fuera de su mercado, de sus ayudas, y de los préstamos de los organismos internacionales que controla el imperio.

Ni siquiera nos llamará la atención que otro país proclame que sí, que tiene las armas nucleares que se le prohibió fabricar, que si lo critican las usará contra sus vecinos, que si se huele que lo van a agredir lanzará misiles con carga nuclear contra la costa occidental norteamericana, que eche a los inspectores internacionales, y que la reacción del matón tejano sea bajar la voz, intentar el diálogo sin pedir sanciones y, finalmente, anunciar que reanudará el envío de ayuda alimentaria a Corea del Norte, el “chulo del barrio” del eje del mal.

No nos asombrará que el presidente del gobierno español pase de halcón a paloma, de Josemari Matamoros a luchador por el consenso y la paz, y eso unos días antes de emprender su viaje a México como mamporrero del imperio, con destino final en Texas para servir de taquígrafo al Emperador -no sea que se le escape alguna falta de ortografía-, engañando al parlamento y burlándose de la voluntad manifiesta de un porciento elevadísimo de la población, donde se incluyen no pocos de sus votantes.

Y no habrá la menor perplejidad cuando los portavoces de este nuevo Campeador con sombrero tejano regalo de su jefe nos repitan que eso es la democracia, que eso es la legalidad internacional, que eso es responsabilidad y que nuestros intereses, como pueblo, pasan por el pillaje, la genuflexión, la traición a los ideales de una Europa con personalidad propia, el desprecio a la voluntad popular y la masacre de civiles indefensos.

Por eso ahora me doy cuenta de que el olvido puede protegernos del absurdo. Lástima que no nos salve de quienes lo han creado.