El precio del éxito
Las ciudades cubanas han sufrido durante lustros la negligencia de sus gobernantes y la desidia de sus ciudadanos, entre los que me conté durante medio siglo, pero no se merecen bombardeos en alfombra, misiles crucero, bombas inteligentes y procónsules estúpidos con acento de turista gringo putañero de los años cincuenta.
El precio del éxito
Publicado originalmente el 29 de octubre de 2003
Los feroces atentados terroristas de los últimos días, según Ana de Palacio, son la respuesta desesperada ante el éxito de la conferencia de donantes celebrada en Madrid. Hay que agradecerle a nuestra impepinable ministra de exteriores la cuidadosa y creativa traducción de la última tontería del emperador texano, que mide los éxitos de la reconstrucción de Iraq por la frecuencia y violencia de las acciones suicidas con coches bomba.
O sea, que los centenares de iraquíes que perecen cada semana en el infierno a fuego medio que consume el país desde el triunfo de la invasión angloamericana, están pagando el precio del éxito. No nos extrañe que en algún momento salgan a la calle manifestaciones que exijan al imperio y sus adláteres un pequeño fracaso, a ver si así muere menos gente.
Y lo del éxito de la conferencia… Siguiendo el dicho de que todo es según el color del cristal con que se mira, tendríamos que hablar de cristales color rosa galáctico. Porque si uno sale a buscar cincuenta y siete, y únicamente recibe trece, no lo considera un éxito. Pero como no hay mal que por bien no venga, sería bueno que los bancos, a la hora de cobrar las hipotecas, se guíen por los mismos principios. Digamos, que si financian un piso de 120 metros en primera línea de costa y les pagan una choza de paja de 4 metros en un suburbio miserable de Nairobi, lo consideren un éxito. Por cierto, una recomendación a la ministra: que cambie los cristales, porque sus despistes ya no concitan ni siquiera la sonrisa.
Ahora los iraquíes tendrán que empeñarse durante largas décadas para pagar los trabajos de reconstrucción del país que fuera arrasado por las tropas del imperio. Lo más divertido de todo es que la explotación del petróleo iraquí está ya en manos de empresas norteamericanas. Y que el dinero de la venta del crudo está yendo a parar a manos de los ocupantes, pues ellos también tienen que cubrir sus gastos de estancia y el costo de las municiones con las que matan todos los días a unos cuantos iraquíes, terroristas o no, que importancia tiene.
Curiosa manera de liberar a un país de las garras de una feroz dictadura. Me recuerda un relato de ciencia ficción que leí hace treinta o cuarenta años, titulado “El día de la liberación”: la Tierra celebra haber sido liberada por enésima vez de otra sanguinaria dictadura, y los escasos sobrevivientes que pueblan un planeta convertido en un erial radiactivo deben festejar y entregarse a la diversión bajo la vigilante mirada de las tropas alienígenas que han realizado la hazaña. Será por eso que cuando oí a su idiotísima majestad Buchito II anunciar que pronto Cuba será libre, se me pusieron de punta los escasos pelos que coronan mi cabeza.
No es que me guste mucho el estado de cosas que impera en mi país natal, ni el estancamiento totalitario que corroe su economía y su sociedad, pero sin temor a que me consideren hereje o agente castrista, declaro aquí que entre una liberación a la yanqui y una espera más o menos prolongada a que tenga lugar tras la muerte del comediante en jefe una transición democrática, me decanto por esto último.
Las ciudades cubanas han sufrido durante lustros la negligencia de sus gobernantes y la desidia de sus ciudadanos, entre los que me conté durante medio siglo, pero no se merecen bombardeos en alfombra, misiles crucero, bombas inteligentes y procónsules estúpidos con acento de turista gringo putañero de los años cincuenta. Y menos todavía que personajes como Ana de Palacio o José María Aznar se erijan en adalides de la reconstrucción de una Cuba nueva, y convoquen conferencias para pasar el cepillo. La dignidad nacional o lo que quedaría de ella no sobreviviría a semejante estigma.
No te preocupes, hombre, me dicen los amigos. Cuba no tiene petróleo, ni gas natural. Y está tan cerca del imperio que nadie podría impedir que cientos de miles de personas, huyendo de las bombas, atraviesen el Canal de La Florida sobre todo lo que pueda flotar. Y en verdad, creo que sí, que tienen razón. Que no hay nada que temer del mal castellano de Bush ni de sus declaraciones destinadas a buscar votos en las elecciones de 2004. Que no tendremos ciudades arrasadas, niños destripados o tropas extranjeras de ocupación.
Qué suerte para los cubanos que viven en la isla: no tendrán que pagar el precio del éxito.