El menor esfuerzo
En dos palabras, parecería que el problema que sacude, emociona y crispa a los españoles es el antiguo enfrentamiento entre nacionalismo centralista y nacionalismos periféricos.
Publicada originalmente el 19 de noviembre de 2003
Las recién celebradas elecciones autonómicas catalanas han dejado al desnudo una de las más siniestras tendencias de la política española actual: la sustitución fraudulenta de las verdaderas prioridades sociales por falsas o exageradas amenazas a la integridad territorial de la nación.
A lo largo de los últimos lustros y, en especial, durante los dos períodos de gobierno del Partido Popular, el interés de la sociedad, o al menos lo que expresan los medios, parece haberse desplazado de la habitual polarización entre derechas e izquierdas, reacción y progreso, liberales y conservadores, hacia una más fácilmente manejable, más tribal y, sin lugar a dudas, más visceral: integridad territorial y nacionalismos independentistas. En dos palabras, parecería que el problema que sacude, emociona y crispa a los españoles es el antiguo enfrentamiento entre nacionalismo centralista y nacionalismos periféricos.
De esta manera, la solución a que se llegue en Cataluña podrá hacernos volver a lo racional o dará el tiro de gracia a los que creemos que los problemas sociales, la insolidaridad, la desprotección de los que menos pueden, son asuntos que sobrepasan la simple pertenencia nacional y se colocan más allá de cualquier bandera, himno o escudo. La opción que logre triunfar, planteada claramente entre un gobierno de las fuerzas de izquierda o un gobierno nacionalista contribuirá a dibujar de manera más precisa, el futuro de la política española en los próximos años.
Desgraciadamente, hay muchos indicios de que los elementos predominantes en Esquerra Republicana tienen más que ver con el nacionalismo que con posiciones de izquierda o siquiera con humores antimonárquicos. Y del PSC, ni hablar. Como casi todo el socialismo español, sus devaneos centristas, su anticomunismo visceral -ejercido en un país donde los comunistas de viejo cuño, modelo preperestroika, son casi pieza de museo-, y sus inconsistencias ideológicas, cuando no falta total de ideología, lo colocan en un limbo que poco a poco se vuelve menos atractivo para los electores. Sobre todo para unos electores cada vez más imbuidos del mensaje de los ahítos portavoces del final de la historia, trasnochados seguidores de Fukuyama: no hay derechas ni izquierdas. Frase que, por cierto, nunca la he escuchado en labios de izquierdistas serios.
Las voces que, tanto en Esquerra como en el mismo PSC, piden una alianza con el postpujolismo que excluya al otro y, por supuesto, a Inciativa-Los verdes, son ecos de los aires triunfantes que soplan desde el centralismo madrileño y aznarista. Les siguen el juego sin el menor recato, haciéndole un flaco servicio a la Cataluña que juran defender y al futuro que prometen crear.
Los auténticos problemas de España, aunque ahora nos creamos todos ricos y no tengamos la intención de verlos, siguen siendo los mismos: la desigual distribución de la riqueza, la devaluación del trabajo como motor social y como vía de realización personal, la instauración de mecanismos de explotación que, mostrando una sonrisa forjada en los mejores gabinetes de relaciones públicas, impide anualmente el acceso a la autonomía económica de cientos de miles de jóvenes, y condena a la inacción vegetativa a otros cientos de miles que apenas llegan a los cincuenta años, en un país cuya expectativa media de vida sobrepasa los ochenta.
Pero para darse cuenta de que los problemas no han cambiado en esencia, hay que hacer un esfuerzo, sobreponerse a la cantinela de “España va bien”, ir más allá de la ciega sumisión a una globalización imperial diseñada para las finanzas pero no para los hombres, e indagar si de verdad es posible otro mundo, otras relaciones entre los grupos sociales.
La tribalización, que en lo sublime se viste de banderas y fábulas históricas, y en lo ridículo lleva la camiseta de un equipo de fútbol, es fácil de asimilar, sobre todo para los más jóvenes. Para ser un nacionalista fanático, del centro o la periferia, no hay que pensar mucho. Es como ser un ultra sur. Y qué fáciles son de manipular, de instrumentalizar, de ser utilizados como carne de cañón o víctimas propiciatorias.
Dividir el mundo entre “lo mío” y “lo ajeno” nunca ha sido muy difícil: cualquier bestezuela del bosque lo hace varias veces al día para sobrevivir. Y mientras, los auténticos depredadores se congratulan de que el mundo se acomode a sus deseos.