El asno de Buridan
Confieso que no hay espectáculo más grato a mi corazón que un votante de derechas temblando de miedo porque el poder lo ocupa una coalición de izquierdas, aunque luego todo quede en agua de borrajas.
Publicado originalmente el 1 de octubre de 2003
No quisiera estar en el pellejo de un votante madrileño, sobre todo de izquierdas. Los de derechas lo tienen más fácil, todo clarito: sus candidatos, con sonrisas condescendientes, se niegan a hacer público su patrimonio, mientras la prensa expone todos los días un nuevo chanchullo donde alguno de ellos sale beneficiado. O sea, que se mueven por los dos motivos que definen a una persona como derechista sin paliativos: pesetas y poder (para poder ganar más pesetas). Bueno, euros, me corregirán. Da lo mismo. Parné, pasta, astilla, lana, siempre en cantidades industriales, siempre reproduciéndose a costa del sudor ajeno.
Veamos la situación concreta del votante de izquierdas en la capital del reino. Por una parte, el principal partido de la oposición, que ya logró echar por la borda los sueños, el proyecto y hasta la vergüenza de los que querían un cambio para pararles los pies a los especuladores del ladrillo. Un partido que, como ha quedado claramente establecido, está formado por tribus variopintas, algunas tan depredadoras y desvergonzadas como la derecha, que pasan la cuenta en los momentos más difíciles, pues lo que les interesa es cobrar lo prometido y asuntos tan banales como la ilusión popular, la ideología o los principios se las trae floja. Con Tamayo y Sáez lograron, primero, sumirnos en el desconcierto, y con la negativa a rajatabla de limpiar los establos de Augias en que se ha convertido la FSM, nos bajaron el alma a los pies como haría un violador con nuestros calzones.
Por otra, un partido más a la izquierda, de supuestos radicales y extremistas, de los que meten miedo a la derechona de siempre. Confieso que no hay espectáculo más grato a mi corazón que un votante de derechas temblando de miedo porque el poder lo ocupa una coalición de izquierdas, aunque luego todo quede en agua de borrajas. Esos extremistas, a los que los dos traidores quisieron culpar de su apostasía, según dice la derecha levantando el dedo acusador, quieren apoderarse de la educación y la salud pública. Será, digo yo, para acabar con el desvío de fondos estatales hacia la escuela privada, muy constitucional y todo pero abominable para los que vemos marchitarse lentamente la escuela pública. O quizá para reducir las listas de espera e incrementar el horario de atención a los pacientes.
Hasta ahora, si uno es verdaderamente un votante de izquierda, la ecuación parece clara: mientras la FSM se define ideológicamente como una auténtica jaula de grillos, IU en la capital parecía mantener los pocos principios que le quedan a la gauche posibilista en el primer mundo. Digo que parecía, porque la elección de Romero de Tejada al consejo de administración de Caja Madrid con casi treinta votos provenientes de las filas de los radicales extremistas o de una organización sindical cuyas raíces se pierden en el oro de Moscú, ratifican al menos para quien esto escribe que su programa no es más que un papel mojado, y que a la hora de luchar por el poder y el dinero, no se cortan ni un pelo. Si la familia de Bin Laden hace negocios con la familia Bush, qué de raro hay en que IU y CCOO se alíen con el Gran Capitán de los negocios inmobiliarios de la Comunidad de Madrid. Es algo que está en el orden de las cosas, en ese orden inmutable al que, al parecer, hemos llegado en este oasis rico del planeta, según Fukuyama.
Entonces, el votante de izquierda, y fíjense que insisto en el calificativo, que no me refiero a los que votan por sus compinches o amiguetes no importa en qué lista vayan, comienza a sentirse como el famoso asno de Buridan, el pobre solípedo que, entre dos montones de heno del mismo tamaño y consistencia, de los que se encuentra equidistante, perece de inanición al no poder encontrar una razón que lo haga comer primero de uno u otro montón. De ahí que los que conservan la lucidez, en lugar de ir a las urnas van a ver Terminator 3, y los que la pierden terminan votando al PP, por aquello de que si no tengo opciones vale más malo conocido que nada bueno por conocer.
Y es que en estos tiempos postmodernos la izquierda las tiene muy difíciles. En el primer mundo lo único que queda es la lucha por el poder para, en el mejor de los casos, conseguir alguna mejora económica a corto plazo. Los proletarios brillan por su ausencia, cuando aparece uno es casi siempre un inmigrante ilegal sin derecho al voto, y el dinero para las campañas electorales nunca alcanza. Si no les alcanza a los candidatos demócratas o republicanos en el país más rico del mundo, cómo les va a alcanzar a nuestros radicales y extremistas, o a nuestros socialdemócratas light.
Será por eso que hay ayuntamientos de izquierda que promueven casinos como la panacea universal: si logran ganar a la ruleta o el black jack quizá puedan hasta hacer un programa que sean capaces de cumplir luego.