Justo Vasco

La apertura: años 90

Como vimos al principio de las referencias a la década de los 80, en todo el mundo socialista se estaban produciendo cambios muy rápidos que terminarían desembocando en la desmembración de la Unión Soviética, a principios de los 90. La caída del muro de Berlín, la noche del jueves 9 al viernes 10 de noviembre de 1989 fue el símbolo más visible y reconocible de un terremoto geopolítico que afectaría a la vida de millones de personas.

La Perestroika que impulsó el gobierno de Gorbachov en la URSS iba acompañada de la Glasnost, una fórmula política de apertura y transparencia que facilitaba la labor de los medios de comunicación y fomentaba la libertad de expresión y de opinión, justo lo opuesto a anteriores etapas, más caracterizadas por el silencio y la represión hacia los críticos al sistema. De esta forma y por primera vez, el gobierno soviético permitía una cierta autocrítica y reconocía sus defectos, lo que supuestamente debería contribuir a resolverlos con mayor rapidez y acierto.

Uno de los más críticos con el sistema fue  Borís Yeltsin, acreedor de enorme popularidad entre la gente. En junio de 1988 se celebraron en la URSS las elecciones más democráticas de su historia. Unas elecciones que no fueron copadas por el PCUS, sino que permitieron la entrada en el parlamento de una minoría de reformadores entre los que se encontraba Yeltsin.

Los acontecimientos empezaron a precipitarse y cuando el mandato de Gorbachov enfilaba su recta final, la perestroika recibió críticas tanto del lado de los que consideraban que las reformas se estaban aplicando con demasiada lentitud y parsimonia como por los propios comunistas, temerosos de que las reformas terminaran por destruir el sistema socialista, llevando al país a una inevitable decadencia.

El 19 de agosto de 1991 llegó el golpe de Estado de carácter involucionista, llevado a cabo por altos cargos del PCUS, que trataba de impedir la promulgación de un Tratado destinado a conceder el autogobierno de las diferentes repúblicas que constituían la URSS. Un Golpe que fracasó gracias a la pasividad de determinados altos dirigentes militares y por la decidida y desafiante actitud de Boris Yeltsin. Tres días después, Mijail Gorbachov dimitía y varias de las repúblicas federadas declararon su independencia, lo que desembocó en la disolución de la Unión de Repúblicas Socialista Soviéticas el 25 de diciembre de 1991, día en que Gorbachov renunció a su cargo. Fue Yeltsin quien le sucedió en el cargo, proclamando el abandono del comunismo al convertirse en presidente de la recién fundada Federación Rusa.

Es importante reseñar, aunque sea de forma breve, todo este episodio porque el mismo repercutió de forma muy directa en Cuba y, por supuesto, en los cubanos. Tras la caída de la Unión Soviética, la economía del país caribeño sufrió una profunda y letal crisis que, de hecho, la dejó prácticamente paralizada ya que se había basado en la producción de unos productos muy determinados, dirigidos a su exportación a unos cuantos países compradores, todos ellos, del régimen socialista.

Así las cosas, la súbita pérdida de los cerca de cinco mil millones de dólares anuales con los que el gobierno de la URSS ayudaba a Cuba, en forma de compras garantizadas de azúcar y acceso al petróleo a un coste muy bajo; tuvo unos efectos devastadores para la economía cubana. Y, por desgracia, a partir de 1993 la situación se agravó mucho más: el comercio de Cuba disminuyó en un 80% y, en lógica consecuencia, las condiciones de vida empeoraron notablemente para los ciudadanos, provocándose oleadas masivas de inmigrantes cubanos que trataban de salvar su situación económica huyendo a unos Estados Unidos que aprovechó para recrudecer el bloqueo económico que mantenía contra la isla.

A toda esta etapa se le conoció como el Período Especial. Entre los años 1990 a 1993, el PIB cubano se contrajo un 36% y no fue hasta 2007 que se alcanzaron niveles de riqueza parecidos a los de comienzos de los años noventa. O, un triste dato más ilustrativo: el aporte nutricional se redujo de 2.845 kilocalorías por día, en 1989, a 1.863 kilocalorías por día en 1994, cuando el mínimo recomendado para el cuerpo humano adulto oscila entre las 2.100 y las 2.300 calorías diarias.

Eso sí, conviene poner las cifras en su justo lugar. Tal y como hace el propio Justo Vasco, en una de sus Fabulaciones publicadas en La Voz de Asturias, en 2003: Entre todos los proyectos y experimentos sociales que tan tristemente han fracasado en mi país de origen no está precisamente la atención médica a la población.

Los recursos con que cuenta la sanidad cubana son pocos, debido al estado desastroso de una economía comatosa desde la desaparición de la Unión Soviética, y que no acaba de levantar a causa de los caprichos y pataletas del “máximo líder”, con la invaluable contribución del embargo norteamericano, su aliado estratégico desde hace muchos lustros. Pero, para disfrutar de esos escasos recursos, los ciudadanos no precisan de año y medio de colas en los centros de sanidad pública. Hay pocos medicamentos, pero muchísimos médicos. Y se atiende a todo el mundo por igual. El sistema de médicos de familia garantiza niveles de prevención que muchos países ricos de Europa no tienen. Y, por citar un ejemplo, los índices de mortalidad infantil (bebés nacidos vivos y fallecidos en el primer año de vida) son inferiores a los que registra el Distrito de Columbia, sede de Washington, la capital federal del país más rico de la Tierra”.

Fue en 1995 que se tomaron medidas para tratar de aliviar la situación del país, a través del fomento de la inversión extranjera y el desarrollo de algunas formas de iniciativa privada, aunque fueran muy escasas y limitadas. Pero ello permitió que, poco a poco, mejorase algo la economía cubana.

En el segundo lustro de los noventa, la situación del país consiguió estabilizarse, en buena parte, gracias a las divisas recibidas gracias el turismo y por las remesas enviadas por los inmigrantes. Empezaron a normalizarse las relaciones económicas con muchos de los países sudamericanos y también se suavizaron las relaciones comerciales con países de la Unión Europea. La irrupción de China como nuevo agente económico mundial también benefició a Cuba, a pesar de que ésta se alineara con los soviéticos durante la división chino-soviética de los años sesenta.

Posteriormente, la relación con la Venezuela de Hugo Chávez y el nacimiento de la alianza ALBA; la dimisión de Fidel Castro y la llegada al poder de su hermano, Raúl, también cambiaron las cosas. Pero, para entonces, Justo Vasco ya no estaría en Cuba, como vamos a tener la ocasión de ver.

Vamos a comenzar la reseña biográfica de Justo Vasco en los años 90 con un apunte de su expediente laboral correspondiente a 1990 y que anticipa lo que iban a ser los meses siguientes, en la vida del escritor: “Consideramos… que por su participación en varios eventos internacionales como escritor policíaco sin que merme su capacidad y por la eficiencia en el trabajo como editor, que por demás honra nuestra editorial, su evaluación es satisfactoria”.

Y es que este 1990, Justo ya participó en la Semana Negra de Gijón y en el Encuentro Tres Fronteras en México, aquilatando su presencia en eventos literarios y culturales de primer nivel de todo el mundo.

Así habla el propio Justo se aquel año, que tanta importancia tendría en su vida, en un artículo escrito en La Voz de Asturias:

“Entre tantas vueltas que he dado en mi vida por lugares tan lejanos entre sí, por ejemplo la dulce y acogedora ciudad de Montevideo y el puerto vietnamita en ruinas de Haiphong, quizá la que más haya marcado mi vida, sin que me sintiera mínimamente apercibido en ese momento, fue mi primer viaje a Asturias, en el verano de 1990.

Viajaba en aquella ocasión como solía hacerlo: sin una sola peseta en el bolsillo, con pasajes, comidas y alojamiento pagados por una institución, y fecha límite de regreso a La Habana. Parecería increíble, pero de esa manera logré recorrer buena parte del mundo. Me hubiera encantado hacerlo con mis propios medios, sin depender de la atención o benevolencia de otras personas, pero en mi país viajar por cuenta propia estaba prohibido, pues cada escritor, cada intelectual, era un “soldado de la ideología”, y cada salida al exterior era “una batalla de ideas”. Pero seamos honestos: no puedo quejarme, porque de esa manera logré conocer gran parte del planeta y a una buena cantidad de lo mejor que lo habita, cosa que no pudieron lograr muchos colegas con una fidelidad al régimen castrista más sólida e incondicional que la mía, a la que cada salida al exterior arrancaba un pedazo considerable”.

¿Por qué fue tan importante aquel viaje a Asturias? Porque Justo se enamoró de una tierra, de un paisaje y de una gente que, en 2003, ya radicado y largamente instalado en la ciudad, le llevaría a escribir lo siguiente, en la continuación del artículo reseñado un poco más arriba, escrito en julio, con motivo de la llegada de la Semana Negra de Gijón:

“Y decía que viajar a Asturias en esos tiempos más o menos lejanos supuso algo que nunca hubiera podido sospechar. La prueba está aquí trece años después, cuando miro por la ventana de mi casa las calles gijonesas y mis preocupaciones políticas prioritarias tienen mucho más que ver con el funcionamiento del pacto de izquierdas en la ciudad y el Principado que con los desmanes del anciano zorro caribeño, a quien no dejo de recordar pero ya sin el sabor amargo que da sufrir en mente propia el oprobio de saber que se vive en una dictadura que ha traicionado las libertades que juró defender, y no poder proclamarlo desde las páginas de un diario, los micrófonos de una emisora de radio o, simplemente, a viva voz en el bar de la esquina. 

Fue la Semana Negra lo que me trajo a esta ribera del Cantábrico. El festival, que desde su primera edición en 1988 se convirtió para muchos escritores del género negro al otro lado del Atlántico – estadounidenses incluidos- en el encuentro al que había que asistir, fue para mí un descubrimiento, un espacio fenomenal de libertad y convivencia, y un conjunto de locuras festivo-culturales que sólo logré desentrañar del todo años después, en mi tercer o cuarto viaje, cuando ya me había integrado a su comité organizador, del que me honro en seguir formando parte.

No deja de sorprenderme el permanente hostigamiento al que tiene que enfrentarse cada año este enorme jolgorio literario-periodístico. Los oponentes varían, las razones para intentar ahogar, o al menos castrar, a esta “Disneylandia para rojos”, como la define su director, son varias, y los adversarios cambian de cara, aunque no de bando.

En ocasiones, las críticas tienen razón, total o parcial. En un país donde hasta la tristeza resulta ruidosa, la fiesta amenaza con romper tímpanos, pensar en un sábado por la noche de diez días de duración puede asustar al más valiente, y hay que tomar medidas para paliar las molestias. No, lo más vergonzoso es la oposición rastrera con la que se intenta, año tras año, torpedear o ningunear el encuentro multicultural más importante del norte de España y, sin dudas, la fiesta mayor de la ciudad. Porque Semana Grande hay en cualquier pueblo de España, pero Semana Negra hay sólo una en este mundo, y tiene apellido: de Gijón.

Ha habido de todo: desde los defensores de la cultura exquisita, aburrida e inofensiva -que tales no faltan, ni siquiera en la izquierda-, hasta infames plumíferos que durante años se dedicaron a descalificar el festival, las instituciones que lo esponsorizaban e, incluso, a los escritores y artistas invitados. Algunos de ellos llegaron a la denuncia anónima, o a hacerle la vida imposible a los compañeros de equipo que no comulgaban con sus puntos de vista. 

Pero aquí seguimos, arropados por los gijoneses en particular y los asturianos en general, colaborando a que esta ciudad, tan vieja y tan joven a la vez, se conozca y se añore en los cuatro confines del planeta, dando cobijo a reconocidos maestros de las letras o el fotoperiodismo junto con jóvenes autores que acaban de publicar su primera novela o de cubrir su primera guerra. Seguimos trayendo a Asturias el arte de llanuras africanas o selvas mexicanas, sin erigirnos en árbitros de lo que debe hacer el ciudadano con sus momentos de ocio. La Semana Negra vuelve a abrir sus puertas, con 32 librerías y 55 bares, una ratio que quisieran para sí las ciudades más cultas del mundo. Con un gran concierto cada noche. Y con un parque de diversiones lleno de novedades espectaculares. 

 Mañana empieza y no se la pierda. Porque si no la tuviéramos, nos veríamos obligados a inventarla”.

La década, literariamente hablando, comenzó para Justo con la publicación de “El muro”, por fin, que había sido ganadora del Concurso Aniversario de la Revolución, de novela policial, en 1986. La edición correspondió a la Editorial Letras Cubanas, en la colección Radar.

En 1991, Justo volvió a participar en la Semana Negra de Gijón España y en el Encuentro de Tres Fronteras, que en esta ocasión se celebró en los Estados Unidos. Además, fue nombrado como Secretario de la Asociación de Escritores de Cuba.

Por supuesto, continúa su labor como traductor. Así, en 1992 hizo la traducción de “Poesía y prosa” de Pushkin y el prólogo de “Los hijos de Arbat”. Trabajó en el Listado de Títulos para la Biblioteca de Literatura Universal, en la selección de obras de Trifonov y en propuestas de títulos para “Los policíacos involuntarios” y “Cuentos de Ciencia Ficción”. Además, tuvo a su cargo la presentación del título “Stalingrado”.

A lo largo del año del V Centenario del “Descubrimiento” de América, Justo Vasco volvió a participar en Semana Negra de Gijón y en el encuentro de Tres Fronteras, que tocó desarrollarse en La Habana, para cuya Feria del Libro preparó varias reseñas, lanzamientos y siguió prestando atención a los escritores invitados, como en las ediciones anteriores. Su evaluación laboral, de acuerdo a las autoridades cubanas, es satisfactoria.

Dato que resulta de lo más creíble ya que, desde este año y hasta su fallecimiento, Justo se encargó de la Coordinación Literaria de Semana Negra.

Al año siguiente, en 1993, Justo se integra en el Comité Organizador de Semana Negra, del que forma parte hasta su fallecimiento, además de acceder a la secretaría de la Asociación Internacional de Escritores Policíacos, que ocupa hasta 1997.

A este año se corresponde la publicación del cuento “Por una vez, Alicia” por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

Durante 1994, Justo hace una selección y redacción de los materiales para el proyecto José Martí-Alexander Pushkin así como la ya habitual presentación de títulos y autores en la Feria Internacional del Libro de La Habana, participando igualmente en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Un año este en que tuvo amplia presencia en México, impartiendo conferencias en varias ciudades del país azteca. Además, Justo intervino en el Simposio sobre traducción literaria celebrado en el marco de Expolingua 94.

Desde marzo de este año disfruta de una Licencia Literaria y se deja de hacer evaluaciones de su trabajo, por lo que, a partir de entonces, su expediente laboral cubano queda en blanco, sin que vuelva a haber anotación de ningún tipo. Y es que ya había llegado el momento de cambiar definitivamente de aires…

Literariamente, 1994 es un año muy importante en la biografía de Justo ya que publica “Contracandela”, que vuelve a escribir a cuatro manos con Daniel Chavarría. Además, con su relato “Y en eso llegó el Bebo” gana el Premio del Concurso de Relatos de la Semana Negra de Gijón, lo que supone un bonito anticipo de lo que estaría por llegar al año siguiente: su definitivo establecimiento en la preciosa, vitalista y combativa ciudad asturiana, a la que Justo Vasco y su pareja, Cristina Macía, llegaron en el tren del mediodía del 10 de diciembre de 1995.

Pero una cosa no olvidó Justo, jamás: la situación que padecían otros ciudadanos de Cuba que se encontraban en una situación peor a la suya y que trataban de buscarse la vida, como fuera. En una de sus Fabulaciones, correspondiente a febrero de 2004, y después de haber visto el documental homónimo, Justo escribe “Balseros”:

“Esta semana sobran temas para tratar en una columna de opinión. Dentro y fuera de España han ocurrido sucesos de diversa índole que merecerían un comentario: desde el terremoto en Marruecos, letal para cientos de personas y salvador para el inefable Trillo, hasta el triunfo de los clérigos conservadores en Irán, pasando por las maniobras preelectorales de Putin y la guerra civil en Haití, hay para todos los gustos, sobre todo para los más macabros. Y en el ruedo ibérico, los dislates e injurias vertidos a granel por dirigentes peperos de todos los niveles logran que nos olvidemos por un instante de los sesudos consejos de la Conferencia Episcopal y de la repetición casi diaria de feroces actos de violencia contra las mujeres.

Pero hoy la nostalgia me pide comentar un magnífico documental realizado por cineastas catalanes, que narra una de las tragedias más grandes de mi país natal: la saga de los balseros que intentan cruzar el Canal de La Florida sobre cualquier cosa que flote, en busca de nuevos horizontes y de eso que se denomina “el sueño americano”, cuya definición concreta nadie ha logrado enunciar aún de manera plena y convincente, aunque todos parecen saber de qué se trata. 

La película “Balseros” es una de las cinco obras que optan por el Oscar en la categoría de largometrajes documentales. En dos horas de duración, los realizadores siguen la vida de siete familias cubanas, desde la locura inicial del éxodo en 1994, cuando como medida de intimidación al gobierno norteamericano por su aplicación de leyes migratorias que estimulaban la salida ilegal de Cuba, Fidel Castro decidió no poner obstáculo alguno a la huida multitudinaria de quienes quisieran abandonar el país a bordo de todo tipo de embarcaciones, la mayoría de ellas de construcción casera. 

La cámara implacable sigue las aventuras y desventuras de los audaces navegantes por diferentes escenarios. Recoge la euforia de los improvisados constructores navales, la indiferencia de las autoridades de la isla ante la multitud de personas, niños incluidos, que se lanzaban al mar flotando sobre cualquier cosa, la actividad de los guardacostas estadounidenses que recogían en alta mar a los sobrevivientes, los campamentos de reclusión y clasificación en la base naval de Guantánamo, el añorado viaje a territorio de los Estados Unidos, el recibimiento, la ayuda de diversas organizaciones sociales y religiosas y, lo más complicado, la vida de los protagonistas en un país donde, como dice uno de ellos, “cada cual se ocupa de sus problemas, y no hay tiempo para ocuparse de los problemas de los demás”.

Este seguimiento, que llega hasta el año 2001, no olvida a las familias, a los que quedaron en la isla, a los familiares que no pudieron partir en aquella estampida muchas veces suicida, a los que nunca pensaron emigrar pero ayudaron a los que se fueron y siguen preocupándose por ellos. Al final, el recuento se parece al de cualquier otro éxodo masivo: hijos sin padre, seres humanos que, una vez perdidas las raíces no logran afincarse en el país de acogida, emigrantes que logran hacer verdad sus sueños, familias rotas unas veces, reunidas y felices otras, personas pacíficas, comunes y corrientes, a quienes la vida empuja al delito, a las drogas duras o al fanatismo religioso, exiliados de última hora que buscan ansiosos a los que les precedieron.

Son pocos los documentales como este, realizado con un enorme respeto hacia sus protagonistas a uno y otro lado del Canal de la Florida. Y son pocos los cineastas como Carlos Bosch y Josep María Domenech, que han sabido valorar el dolor de la emigración y la dignidad de los que esperan noticias del emigrado sin apelar al amarillismo o al sentimentalismo fácil.

Por ello, me gustaría que este filme, protagonizado por personas que arriesgaron su vida en busca de un sueño, tuviera su recompensa en la ceremonia de los Oscar, que no es más que el sueño supremo de los fabricantes de sueños. Y que de esa manera volviera a las pantallas y a la atención del público (y quizá a su corazón) la trágica historia de millones de personas que, sin duda alguna, merecen un destino mejor en su propia tierra que los caprichos paternalistas de un dictador anciano y mesías frustrado, alimentados muchas veces por las políticas obtusas del imperio del Norte”.

1998

 

Publica en Barcelona “Mirando espero”, que sería la primera novela escrita por un autor cubano en formar parte de la mítica colección francesa Serie Noir, de la editorial Gallimard.

 

1999

 

Ganador del premio Hammett por “Mirando espero”

 

2000

 

En febrero, publicación de “No se devuelven originales” que incluye el cuento con ese título y tres cuentos más: “Bromas”, “Por una vez, Alicia” y “Rubíes sobre la arena”.

 

Minilibros. Publicado por Vinten Editor en Montevideo. Uruguay.

 

2002

 

Con la llegada de 2002, Justo Vasco comienza una apasionante y feraz colaboración con el ya desaparecido periódico “La Voz de Asturias”. Con una frecuencia semanal, desde primeros de año empezaron a aparecer los artículos de Justo, bajo el evocador título de “Fabulaciones”.

 

Artículos de opinión en los que Justo escribe de lo divino y, sobre todo, de lo humano. Es en esos artículos, cuya publicación se prolonga hasta 2005, podemos encontrar al escritor, al viajero, al lector, al inmigrante y, sobre todo, al observador erigido en un fino analista de la actualidad. Resulta sorprendente cómo columnas publicadas hace más de diez años, a pesar de estar centradas, en buena parte, en la actualidad del momento; siguen siendo vigentes. En parte, porque algunos de los temas que tocaba Justo son atemporales pero, sobre todo, porque su estilo y su enfoque, su punto de vista, consiguen dotar de universalidad y permanencia a todo lo que escribe.

 

Así termina “Menos mal…”, una de sus Fabulaciones, en la que mete estopa a diestra y siniestra; a europeos y norteamericanos, a franquistas y comunistas: “Menos mal que todavía, en estos ámbitos y en muchos otros, se perciben señales de vida inteligente”. Sirva esta coda para describir a esas personas independientes e inteligentes que son precisamente como él, como Justo Vasco, una de esas escasas mentes lúcidas y preclaras con capacidad de mirar más allá de lo aparente y de opinar con libertad, sin ataduras ni orejeras, sobre los temas más polémicos. Como señala Cristina Macía, “Justo tenía la habilidad de cabrear por igual a la derecha y a la izquierda, a La Habana y a Miami, a amigos y a enemigos…”. Y es que, tal y como concluye Justo en otro de sus artículos, dedicado a lo bien que se come en Asturias, pero al miedo que muestran los comensales a probar sabores y platos diferentes a los tradicionales: “en cuestión de gastronomía, como en tantas cosas, estancarse es morir”.

2003

 

La lectura de las Fabulaciones que Justo Vasco escribió para La Voz de Asturias a lo largo del 2003 nos muestra al ciudadano global de siempre, perspicaz observador, fino analista y comentarista; preocupado por muchos y variados temas: nacionalismo, la inmigración, entorno laboral cada vez más precario, la política de aquí y de allá, etcétera.

 

Es preciosa la primera Fabulación del año, titulada “Empedrando caminos” y que transcribimos a continuación, en la que los sueños y la imaginación se entretejen, gracias a una prosa precisa y preciosa, para ofrecer esta maravillosa y delicada pieza de orfebrería:

 

Un proverbio español, no por muy repetido menos exacto, dice que los caminos del infierno están empedrados de buenas intenciones. La frase me viene a la mente porque las buenas intenciones que se encierran en la mayoría de los deseos para el nuevo año deben de ser responsables de muchos miles de kilómetros de amplísimos caminos que conducen a la gehena y otros departamentos del ígneo reino de Satanás.

 

Casi desde el momento en que se formulan, comienzan a ser incumplidos sin que nadie crea que se ha traicionado a sí mismo. Pues para eso son las buenas intenciones, mejor dicho, para eso han quedado. Para reunirlas en un ejercicio volitivo de baja intensidad y olvidarlas después. No importa que se trate de dejar de fumar, de bajar de peso, de cuidarse la dentadura o de aprender tal o cual idioma, esas intenciones serán metidas en el fondo del cajón en pocas horas, pocos días o, en el mejor de los casos, pocas semanas. Algunas almas nobles llegarán hasta a adquirir las píldoras para adelgazar, o pagar las primeras cuotas mensuales de gimnasio, incluso a abonar un trimestre en la escuela de idiomas. Pero con el tiempo todo volverá a su cauce.

 

Por eso, insisto, las enormes autopistas que llevan al infierno, esas por donde más tarde avanzan triunfalmente entes diabólicos de diferente naturaleza –desde terroristas suicidas hasta armadores codiciosos, desde curas pederastas hasta raelianos clonadores, desde promotores de asesinatos selectivos hasta salvapatrias genocidas, sin olvidarnos de los políticos irresponsables aficionados a la caza, por sólo citar unos pocos–, llevan incrustadas en su chapapote luciferino gruesas baldosas de buenas intenciones de Año Nuevo.

 

En vista de eso, no me he propuesto nada para este 2003. Dios proveerá, o si nos ha olvidado, como alegaba recientemente el escritor José Manuel Fajardo, el emperador de turno dispondrá y nosotros, a apechugar. Nada más alejado de mi encallecida comprensión del mundo actual que llenar una mochila de buenas intenciones para dejarla olvidada en la primera ocasión.

 

Pero, de todos modos, tengo una serie de deseos. Sí, me gustarían unos cuantos cambios para mejorar este planeta que compartimos más de seis millardos de seres humanos. Por desgracia, o quién sabe si por suerte para mí, ninguno de esos deseos depende de mis actos, y mucho menos de mis intenciones. Son cambios demasiado grandes, demasiado radicales, pero ahí van. Si se trata de soñar, soñemos a lo grande.

 

Por ejemplo, deseo que en unas próximas navidades, los ciudadanos de Haití puedan gastarse mil o dos mil millones de euros en su lotería de navidad, una vez cubiertas sus necesidades de alimentación, vivienda, educación y salud pública. Me encantaría ver a los directores de las agencias bancarias locales (seguro habrá también alguna del BSCH o del BBVA) correr tras los afortunados ganadores por las calles de Jacmel, Puerto Príncipe o Cabo Haitiano, prometiendo villas y castillas. Y disfrutaría con las imágenes de decenas de sonrisas brillantes en rostros de ébano, brindando con ron de caña y felices porque, finalmente, podrán hacer ese crucero con que tanto han soñado.

 

Deseo también que los ciudadanos de Etiopía se vean obligados a preocuparse por disminuir su consumo de proteínas y carbohidratos, para disminuir los índices de obesidad y enfermedades cardiovasculares. Cuánto me gustaría verlos acudir masivamente a gimnasios bien equipados, con piscinas climatizadas y saunas, acompañados de hijos bien alimentados y saludables. Y que sus únicos choques con países vecinos sean en terrenos de fútbol, disputando, por ejemplo, la Copa de África, o la del Mundo, por qué no.

 

Quisiera también que los gobiernos del Congo, de Sierra Leona o de Surinam dejaran de adquirir armas de todo tipo en los mercados europeos, norteamericanos o asiáticos, y que para no alterar la balanza comercial, compraran fábricas de equipos informáticos y de telecomunicaciones de última tecnología, para ayudar a satisfacer la creciente demanda de 4500 millones de consumidores dispuestos a comprar lo mejor de lo mejor.

 

Y mi mayor deseo sería que países como Ecuador, Marruecos y Rumanía ofrecieran, año tras año, cientos de miles de puestos de trabajo a gallegos, asturianos, cántabros y españoles en general, no sólo porque necesiten mano de obra, sino como reconocimiento solidario a personas que un día los acogieron con los brazos y el corazón abierto.

 

Sólo esos deseos, por el momento. El año próximo, veremos”. 

 

¡Ay! ¡Qué bien titulada estaba esta Fabulación, más fabulosa que nunca! ¿O no? 2003 fue un año en el que Justo, por encima de cualquier otro tema, la tomó con José Mari Matamoros y con Buchito; con los artífices de aquella barbaridad lógica, jurídica y humanitaria que fue la Guerra de Irak. Fueron varias las Fabulaciones dedicadas a uno de los momentos más vergonzosos y vergonzantes en la historia reciente de España. Los artículos de Justo oscilan entre la estupefacción y la ira por el comportamiento de unos supuestos líderes mundiales que mintieron y manipularon pruebas para propiciar una intervención militar que, diez años después, sigue produciendo titulares que hablan de atentados y coches bomba; de muerte, violencia y destrucción.

 

Es muy representativa esta última Fabulación del año, que lleva por título “Volviendo a Utopía”. En ella se encuentran muchos de los rasgos más sobresalientes de Justo: soñador, iluso, crítico, mordaz, sarcástico y fiel a sus creencias y convicciones. A las suyas. Propias. Con independencia de siglas, partidos, corrientes o lugares comunes.

 

Dice así:

 

“Cuando llegan estas fechas, llenas de encuentros familiares y excesos en el beber y el comer, sentimos la necesidad de recapitular, de volver sobre el año transcurrido, para tratar de llegar a conclusiones que nos permitan formular buenos deseos y plantearnos nuevos retos para el año que comienza. Y esto se hace no sólo con respecto al acontecer personal o al círculo familiar más cercano. Se piensa en el barrio, la ciudad, la región, el país o el mundo.

 

            Han sido demasiados los resúmenes hechos en estos días. Las valoraciones sobre este ya difunto año del Señor de 2003 han dibujado con tintas más o menos negras el camino recorrido, lo que permite, sin mucho margen de error, pronosticar para el 2004 un horizonte gris oscuro en el mejor de los casos. Lo que yo pudiera agregar a esos análisis más o menos sesudos, no tendría por tanto la menor importancia.

 

            Sin embargo, sí quisiera enunciar en voz alta –y qué más alto que en estas páginas que me acogen desde hace un par de años- mis deseos para el Nuevo Año, aún a riesgo de que me tilden de iluso. Mejor iluso que desilusionado, ese pecado en el que uno cae repetidamente cuando ha vivido muchos años, como es mi caso. Mantener la ilusión quiere decir que uno está vivo, que aún nada contra la corriente, o lo intenta por lo menos. Por tanto, ahí voy.

 

            En primer lugar, que los buenos ejemplos cundan, que sean publicitados mucho más que las dudosas hazañas genitales de famosos de tercera, o que las huecas biografías de futbolistas jovencitos, cuyo único elemento destacable es el monto de sus emolumentos y su rendimiento en la Liga, aunque no siempre. Y buenos ejemplos hemos tenido en los últimos meses: millones de ciudadanos protestando contra una guerra criminal, miles de españoles mostrando su solidaridad con víctimas de desastres, cientos de familias adoptando niños en las zonas más pobres y castigadas del planeta. Eso, por citar unos pocos.

 

            En segundo lugar, me encantaría que aprendiéramos a oír a los demás. No digo que a dejarnos convencer por buenos argumentos ajenos, eso sería lo máximo, lo “rien va plus”, como dirían en Montecarlo, pero no es hora de pedir milagros. Sólo que aprendiéramos a oír sin tener en el disparador un exabrupto, una etiqueta, un “ustedes más” con los que multiplicar por cero la palabra ajena. Digamos, que ante una propuesta del nuevo gobierno catalán que puede no gustarnos ni un poquito, la respuesta no sea un exabrupto ridículo con un tufo anticatalán tan detestable como un escrito de Sabino Arana. Que aprendiéramos a oír aunque sea con un mínimo de atención, y así quizá después aprenderíamos a contraponer nuestros argumentos, aunque nos tome muchos buenos deseos y unas docenas de años nuevos.

 

            En tercer lugar, desearía vivir en un país auténticamente laico, no en uno supuestamente aconfesional, donde el catolicismo disfruta de una posición privilegiada a pesar de que cada vez son más los que asisten a la iglesia sólo en bodas, bautizos y comuniones –actividades que no tienen casi nada que ver con el espíritu y sirven para presumir, consumir y mostrar el último modelito- y menos los que van por cosas del alma. Desearía que la religión no fuera una asignatura obligatoria en las escuelas y que, de una vez por todas, las creencias de cada cual fueran eso, de cada cual, en su más privada intimidad y valga la redundancia. Y para que el señor Rouco pueda vivir el Nuevo Año sin sobresaltos por el futuro de la Seguridad Social, quisiera que ésta fuera la destinataria del dinero público que se regala todos los años a la Iglesia Católica.

 

            En cuarto lugar, me encantaría que el dinero dejara de ser la medida única de todas las cosas. No digo que lo eliminen o lo proscriban, no sea que alguien grite cual ministro del PP, “¡ahí vienen los rojos!”, sino que no lo valoremos todo por la posibilidad de lucro que ofrece. Si muy recientemente la Unión de Comerciantes de Gijón otorgó con justicia el Premio a la Innovación a la Librería Central por una gestión “que trasciende el ámbito puramente comercial”, todos podríamos, en nuestras valoraciones, trascender el ámbito puramente lucrativo y dar un nuevo voto de confianza a conceptos éticos y culturales que tanto se echan en falta en los últimos años.

 

            Por supuesto, tengo deseos para un quinto, un sexto y, por ahí, hasta para un trigésimoquinto lugar, pero no se trata de presentar un pliego de demandas o un programa de gobierno, pues como bien sabemos las demandas casi nunca se satisfacen y los programas casi nunca se cumplen. Esa es la razón por la que no pida gobernantes hábiles, financiación transparente de la política o lucha decidida contra la corrupción y la especulación. Sólo se trata de soñar un poco, aunque sea con un ojo abierto que vigile esta triste aunque bien comida realidad en la que nos encontramos, a Dios gracias. De volver, aunque sea tímidamente a la utopía, ese concepto que ha sido desterrado del pensamiento social, de las conductas políticas y hasta de los cuentos infantiles, al menos en la tele de nuestros días”.

 

 

2004

 

2005

 

Publicación del ensayo “Novela Negra y Sociedad” en “Cosecha Negra”, un volumen publicado por la Editorial AguaClara, patrocinado por el Vicerrectorado de Extensión Universitaria de la Universidad de Alicante y que reúne una colección de trabajos del Taller de Escritura Creativa dirigido por Mariano Sánchez Soler.

 

Justo, como había hecho ya en innumerables ocasiones, participó en un Taller Literario, como autor invitado. Y lo hizo en una sesión muy especial, titulada “Escritores radicales. De Horace McCoy a los últimos novelistas rusos y latinoamericanos”.

 

2006

 

Fallece en Gijón el 23 de enero

 

El julio de 2006, la Asociación Cultural NOVELPOL dedicó a Justo Vasco un monográfico en su revista la Gangsterera.

 

En 2007, la editorial Tropismos publica “El guardián de las esencias”, novela inédita de Justo Vasco, la última en la que estuvo trabajando y que fue terminada de pulir y revisar por Amir Valle, otro afamado escritor cubano, discípulo y amigo de Justo, también especialista en género negro y un habitual de las últimas ediciones de Semana Negra.

Bibliografía y Galardones

 

Completo Camagüey, 1983, con Daniel Chavarría. Premio de Novela Aniversario del Triunfo de la Revolución 1982.

 

Primero muerto, 1986, con Daniel Chavarría. Premio de Novela Aniversario del Triunfo de la Revolución 1983.

 

El muro, 1990. Premio de Novela Aniversario del Triunfo de la Revolución 1986.

 

Contracandela, 1994, con Daniel Chavarría

 

Mirando espero, 1998. Premio Dashiell Hammett a la mejor novela negra publicada ese año. Con la traducción al francés de esta novela, Justo Vasco fue el primer autor cubano en publicar en la mítica colección francesa Série Noire de Gallimard.

 

El guardián de las esencias, 2007

 

Además, hay que destacar que “Y en eso llegó el Bebo” fue Premio del Concurso de Relatos de la Semana Negra de Gijón 1994