Un misterio para Maigret
Las aventuras de Maigret resuenan constantemente con la sociedad en que se mueve, y en ellas el “quién” cede ante la importancia del “por qué”.
Publicado originalmente el 12 de febrero de 2003
El 13 de febrero conmemoraremos el centenario del nacimiento de George Simenon, el gran escritor de lengua francesa, nacido en Lieja, Bélgica, y fallecido a los ochenta y seis años de edad en Lausana, Suiza. Muchas páginas han aparecido estos días en los suplementos especializados, y son numerosas las universidades e instituciones culturales que ha convocado simposios, conferencias y homenajes a este infatigable autor que, como bien señaló algún estudioso de su obra, prefirió ser popular antes que grande.
Alabado por escritores de la talla de Gide, Mauriac y Cocteau (e, inevitablemente, ninguneado por otros de nombre no tan recordado), creó una amplísima obra: cuatrocientos títulos, que ha sido traducidos a noventa lenguas, publicados por centenares de millones de ejemplares y llevados al cine y la televisión en unas 150 versiones.
Su aporte más notable a la galería de personajes de fama universal es el comisario Jules Maigret, hombre de costumbres modestas y a veces pacatas, policía sistemático y paciente, capaz de llegar a la verdad intuida mediante la comprensión de la verdadera personalidad del criminal. Prototipo del funcionario, Maigret sustenta su oficio de sabueso más en su terquedad y paciencia que en chispazos de genialidad o giros espectaculares de la investigación.
Maigret aparece por vez primera en 1930, y protagoniza más de 100 novelas y relatos escritos por el prolífico Simenon. De mediana edad, con un metro ochenta, más de cien kilos de peso y alguna que otra cana, su presencia más bien gris marca casi cuarenta años de novela policial europea, en la vertiente más alejada de la narración-enigma, de la novela-juguete lógico, tan cara a Agatha Christie, a este lado del Atlántico, o a Ellery Queen en la otra orilla. Las aventuras de Maigret resuenan constantemente con la sociedad en que se mueve, y en ellas el “quién” cede ante la importancia del “por qué”.
Soy de los que lamentan que Maigret sea sólo el fruto de la imaginación y capacidad fabulatoria de un laborioso y destacado escritor. Como a algunos otros personajes literarios y cinematográficos, me gustaría saber que está ahí, con su tendencia a echar mano a la botella, sus incorrecciones políticas, su terquedad, su olfato de sabueso, tan sensible a las chimeneas atascadas o a los vapores de las cocinas de antiguos edificios parisienses. Porque los hombres como Maigret son muy necesarios en los tiempos que corren.
El mundo actual, de donde falta el comisario desde hace décadas, podría poner en sus manos unos cuantos expedientes de casos que parecen hechos ad hoc para que las virtudes de Maigret puedan ser puestas a prueba. Y no me refiero a casos que están en el candelero, como podrían ser el misterio de la conexión saudí en el 11-S o el enigma de la conexión Saddam-Al Quaeda. El jefe de la brigada criminal de la policía de París no se dedicaba a espías de alto rango, a ministros de exteriores, a billonarios árabes de equívocas lealtades o a antiguos vendedores de cepas de bacterias letales, recalificados como secretarios de defensa. Prefería cosas de menor nivel, más cercanas al común de los mortales.
Por eso, si me lo encontrara caminando por alguno de estos arenales cantábricos, tan petroleados últimamente, le propondría que se ocupara del misterio de la Caja de Asturias. La lucha por controlar total o parcialmente la institución estuvo a punto de producir una fractura irreparable en el gobierno del Principado, y ahora, años después, provoca una sonada hecatombe en la derecha gijonesa. ¿Qué siniestra maldición, más letal que la de algunas pirámides egipcias, se oculta en sus bóvedas blindadas? ¿Por qué poderes luchan las facciones enfrentadas, dejando a un lado colores partidistas, disciplina de voto, lealtades y, en ocasiones, hasta carreras política? ¿Intentan controlar fuerzas divinas o infernales?
Pero la verdadera pregunta es si logrará monsieur Jules Amédée François Maigret desentrañar el misterio y sacar a la luz la causa de este encono cainita, del que al parecer nadie que aspire o ejerza el poder en Asturias logra sustraerse.
Mejor que no lo haga. Porque al conocer la verdad uno podría sentir la tentación de llamar a Terminator.