Travesuras
Si se quiere llevar a cabo una auténtica política progresista, por descafeinada que sea, es necesario acabar con las baronías, sea mediante el reciclaje, o por otras vías. No es posible confeccionar un programa creíble y trabajar para su realización en un panorama dominado por los reinos de taifas.
Publicado originalmente el 13 de octubre de 2004
Pocos días después del 14-M me sorprendió de modo desagradable la posibilidad de que el recién electo jefe del gobierno pudiera darle la cartera de Interior al ínclito José Bono, representante del ala más derechista del socialismo patrio, que con sus predecibles travesuras deja chiquito el recuerdo del ala leninista del primer gobierno de Aznar.
Por suerte, él mismo se conoce muy bien y, como explicó un colega en estas mismas páginas prefería jugar a los soldaditos. Ahí lo tenemos como ministro de defensa, haciendo cuanta declaración embarazosa se requiera para que muchos dentro de la izquierda padezcan de insomnio crónico.
No digo que fuera mala la idea de apartar a Bono de su feudo, a ver si alguna vez Castilla-La Mancha es gobernada por personas con auténtica mentalidad de izquierdas. Fue una buena jugada de Zapatero, y como tal la entendieron muchos. Porque si se quiere llevar a cabo una auténtica política progresista, por descafeinada que sea, es necesario acabar con las baronías, sea mediante el reciclaje –como ha ocurrido con Manuel Chaves-, o por otras vías. No es posible confeccionar un programa creíble y trabajar para su realización en un panorama dominado por los reinos de taifas.
Pero las salidas de tono del honorable ministro de Defensa deben ser un delicioso alivio para tanto pepero acongojado en Madrid, Galicia, Asturias, Valencia y Extremadura (por ahora, me encantaría que la congoja se siga extendiendo en estos tiempos, en los que no hay tanto para repartir). Alguien dijo que si a Trillo se le hubiera ocurrido la genial idea de hace desfilar a un representante de la División Azul junto con un combatiente de la División Leclerc, el escándalo haría que se estremecieran los cielos. Y tiene toda la razón.
Ahora, a pesar de las ardientes polémicas, el ruido no es tanto, porque la derecha española, con eso del desfile equidistante, está de plácemes. Y buena parte de la izquierda, esa que cree en el PSOE como el menor entre dos males, se limita a encogerse de hombros diciendo: ya lo sabía, qué se puede esperar de este hombre.
Por cierto, el ministro ha expresado con toda libertad y bastante enojo, sus razones. Y, aunque a mí mismo me parece mentira, acepto que cuando se trata de marchar hacia el futuro -sobre todo después de cuatro años de gobierno autoritario, encabezado por un señor malencarado con bigotito de infame pedigrí y fiel seguidor de Fidel Castro en eso de que quien no está conmigo incondicionalmente es un antipatriota, y en la unidad monolítica de su partido y en la presentación de candidaturas únicas a los congresos-, a veces se requiere dejar el pasado en su sitio.
Mas una cosa es la reconciliación entre nacionales y republicanos y otra es intentar equilibrar los platillos de la balanza con la División Azul en una parte y la División Leclerc en otra. Que puedan sentarse a la misma mesa, casi setenta años después, los que combatieron por Franco y sus golpistas sediciosos y los que lucharon por la legalidad y la República es una cosa. Pero que se rinda homenaje a quienes participaron en un monstruoso error y horror histórico, formando parte de la máquina de exterminio del nazifascismo, en pie de igualdad con aquellos que, ya sin patria, pero sin amo, como diría el poeta y político cubano del siglo XIX, José Martí, participaron desinteresadamente en la liberación de un pueblo hermano, es una estupidez histórica.
Además, si lo que se perseguía era no mirar hacia atrás, el señor Bono, que Dios lo tenga en la gloria porque muchos de sus compañeros de partido lo execran en estos días, ha conseguido todo lo contrario. Ha despertado el agravio en las filas de la izquierda y en mucha gente sencilla, y ha hecho renacer el odio, justo o no, de muchos españoles contra los compatriotas que combatieron en el otro lado, en el bando vencedor, que como bien señaló otro colega ha desfilado durante décadas sin que nadie osara ni chistar.
Lástima que no pueda llegar el señor Bono a la presidencia norteamericana, pues podría organizar allí los 4 de julio homenajes a los caídos por la democracia con representación equivalente del Ku-Klux-Klan y los familiares de negros linchados. O que no sea ministro de Defensa dentro de cinco, quince o veinticinco años, para que en otro Día de la Hispanidad desfilen conjuntamente etarras con pasamontañas y familiares de los que han recibido el tiro en la nuca.
¿Exagero? Nada de eso. Leyendo la prensa divisionaria de las tropas españolas de la Wehrmacht en el Grupo de Ejércitos Norte del frente oriental, encontré noticias sobre “gloriosas operaciones contra los bandidos que operan en la retaguardia de nuestras tropas”. Para más información, esos bandidos eran los guerrilleros de los países ocupados que luchaban contra las tropas nazis de ocupación, y las “operaciones” siempre incluían el exterminio de la población civil de la zona. O sea, que la División Azul fue algo más siniestro y vergonzoso que una formación militar de “españoles que defendían sus ideales”.