Justo Vasco

Sin bola de cristal

 

El fracaso de la Cumbre de la Tierra que acaba de celebrarse en Johannesburgo estaba a la vista desde mucho antes de que fuera anunciada la convocatoria de tan magna reunión internacional con tan loables fines.

Sin bola de cristal

Publicado originalmente en La Voz de Asturias el 04 de septiembre de 2002

Hay cosas tan obvias en este mundo que para predecir sus resultados no se necesita ser dueño de una bola de cristal, de un tarot o de posos de café. Ni siquiera de unas buenas entrañas de buey, a la manera de los antiguos aqueos y otros pueblos del Ática. Tampoco hace falta gastarse ingentes cantidades de euros en llamadas a esos números telefónicos que tanto se publicitan en la tele de estos tiempos y cuyos spots, en algunas emisoras asturianas, llenan gran parte del tiempo de emisión cuando no están transmitiendo algún mensaje del grupo político o empresarial que las controla, como muestra fehaciente de libertad de información.

Y el fracaso de la Cumbre de la Tierra -llamada también Cumbre por el Desarrollo Sostenible-, que acaba de celebrarse en Johannesburgo, estaba a la vista desde mucho antes de que fuera anunciada la convocatoria de tan magna reunión internacional con tan loables fines. Para predecir que todo terminaría en una catarata de buenas intenciones que ni siquiera pudieron ser vertidas coherentemente en un documento de cierto alcance no hacía falta un postgrado con el catedrático Rapel, un curso de reciclaje con la conocida especialista Aramís Fuster o una tesis doctoral basada en el I-Ching y las profecías de Nostradamus. Con revisar los resultados reales de las cumbres mundiales celebradas en los últimos años, dedicadas a temas tan vitales para el futuro de la humanidad como el hambre, la pobreza, la contaminación del medio ambiente, la sequía, etcétera, todo queda claro, con relación a esta conferencia cumbre y a muchas otras que se convoquen en un futuro inmediato.

Por desgracia para los que amamos la ciencia ficción y nos gustaría contar con un futuro “sostenible” para el planeta y su especie dominante, las únicas conferencias internacionales que llegaron a acuerdos más o menos unánimes, ejecutados después con mayor o menor éxito, son las que llamaron a la guerra, contra Irak en 1991, o recientemente contra Afganistán. Curiosamente, para esta última ni siquiera hizo falta convocar a una reunión.

Y no digo que Saddam Husein no merezca ser arrojado al tan mencionado (y poco utilizado) basurero de la historia. Desde los días en que Occidente lo utilizaba como ariete contra la teocracia “revolucionaria” iraní, aportándole tecnología química alemana y armas y dinero norteamericano, se le hubiera podido calificar como delincuente internacional. Cuando probaba sus armas químicas contra las tropas de los ayatolás, o limpiaba de kurdos de todos los sexos y edades las ciudades del norte a golpe de gas mostaza, seguía siendo algo así como el baluarte espiritual del Primer Mundo. Las quejas y el horror vinieron después, como siempre ocurre cuando las víctimas son anónimas porque no aparecen por televisión. Pero saldar cuentas con el criado respondón, como viene haciendo la mal llamada “comunidad internacional”, a costa de más de una década de hambre y enfermedad (fenómenos que no tocan al dictador ni a su entorno), o a costa de cientos de miles de vidas iraquíes, no parece ser de recibo.

Y volviendo a la cumbre y al desarrollo sostenible, cuya definición fue analizada con rigor y valentía en las páginas de este periódico hace varios días, temo que no hayamos avanzado mucho en el camino de la esperanza, y que dentro de un par de años se convocará otra magna reunión con datos aún más angustiosos. Temo que el enorme esfuerzo de miles de activistas de ONGs de todo el mundo no haya servido para otra cosa que para hacer más palpable la angustia. Y que las palabras de condena solapada a la posición del cacique mundial contemporáneo, pronunciadas por algunos líderes europeos no sean más que un intento de demostrar independencia, que no irá seguido de actuaciones reales en ese sentido.

Por su parte, el gobierno español dejó bien clara su posición ante los temas tratados. Sencillamente, no le interesan. A nivel nacional, las 225 propuestas de diversas ONGs españolas ni siquiera fueron debatidas. Como si no hubieran existido. Y a nivel internacional, la ausencia del Presidente del gobierno, que delegó su responsabilidad en un ministro de tercera fila, uno de esos políticos prescindibles que un día desaparecen del escenario sin que nadie se dé cuenta, muestra que no estamos para perder el tiempo con hambrientos, sedientos, desamparados, enfermos de SIDA y toda esa fauna que puebla mayoritariamente el planeta. Con las pateras nos basta.

Y me parece que hizo bien el señor Aznar en seguir el ejemplo del timonel Bush y no viajar a Johannesburgo: con lo que comen sus guardaespaldas y edecanes se podría alimentar a varios miles de refugiados africanos. Y eso no nos conviene: en una de esas se les podría ocurrir emigrar a Europa.