Justo Vasco

¡Oh, un cadáver!

Como ferviente seguidor de esas series donde se aplica la ciencia a la ley, me siento agradablemente sorprendido por el efecto que han tenido entre los jóvenes de una de las naciones más violentas de este violento mundo.

Publicada originalmente el 4 de diciembre de 2002

No es un secreto para nadie que las series de televisión que tocan el tema de la investigación criminal ocupan cada vez más espacio en el interés de la teleaudiencia, logrando arrancar incluso cientos de miles de espectadores a la gran masa que prefiere vivir vicariamente sus sueños de gloria en programas tales como Operación Triunfo, o ejercitar ese instinto fisgón, tan propio de los mamíferos bípedos, siguiendo los avatares del Gran Hermano en su enésima y vulgarísima edición. Y no estamos hablando de series donde la persecución del criminal se lleva a cabo por medios tradicionales: detenciones, interrogatorios, sopapos más o menos violentos, tiroteos, carreras de autos por avenidas urbanas, golpes de kárate, etc., que también tienen su público, y nada escaso, sino de series tales como C.S.I. o Los nuevos detectives, de ficción o documentales, donde la investigación se lleva a cabo partiendo de la premisa de que los seres humanos mienten pero las pruebas físicas no, y mediante métodos científicos se logra dar categoría de prueba a los indicios, revisando desde moscas y gusanos hasta salpicaduras, huellas de todo tipo y espirales ribonucléicas variadas.

Poco a poco la ciencia, eso que tanto parece aburrir al común de los mortales durante sus años escolares y que a ningún programador de la pequeña pantalla con la cabeza en su lugar se le ocurriría incluir en la parrilla para elprime time de un canal generalista, se va apropiando de un lugar destacado en la imaginería cotidiana del fenómeno que define, más que ningún otro, las relaciones entre los individuos de la especie humana a lo largo de la historia: la violencia.

En Estados Unidos, país productor por excelencia de estos novedosos productos televisivos -además de los mencionados, hay otros como C.S.I.: Miami, Forensic files y Autopsy, que tarde o temprano llegarán a nuestras ibéricas pantallas-, la fiebre por las ciencias forenses está haciendo estallar termómetros. En miles de escuelas de nivel medio superior se ofrecen cursos, se dictan conferencias, se preparan programas y se habilitan laboratorios especializados para que los estudiantes puedan conocer más de cerca los secretos de la ciencia aplicada a la investigación criminal.

Dado el enorme interés que muchos jóvenes, antes impermeables al conocimiento científico, están manifestando ahora, los profesores apelan a cualquier cosa que pueda mantener vivo el entusiasmo. Así, y según informa la prensa estadounidense, un profesor en Minnesota llevó a sus estudiantes a una morgue, para que vieran cadáveres en pleno estado de descomposición. Otro, en Indiana, intercambió varias cartas con un famosísimo asesino, Charles Manson, y discutió la misiva con sus alumnos. Y en algunas escuelas se han escenificado crímenes que luego puedan ser investigados in situ por los educandos.

Como ferviente seguidor de esas series donde se aplica la ciencia a la ley, me siento agradablemente sorprendido por el efecto que han tenido entre los jóvenes de una de las naciones más violentas de este violento mundo. Al leer en los diarios declaraciones de adolescentes que no saben si optar por ser jugadores de fútbol americano o por seguir estudiando para trabajar en laboratorios forenses, el estudiante de ciencias que sigue vivo en mí después de casi cuatro décadas de abandonar las aulas, sonríe tímidamente. Los caminos del Señor son inescrutables, se dice, y si la divulgación de las ciencias pasa por la violencia, bienvenida sea, pues la violencia ya la tenemos, en porciones más que abundantes para todos, pero la sed de conocimientos parecía haberse agotado sin remedio.

Claro está que todo fenómeno tiene más de una cara, y habrá quien quiera saber más para emular a los héroes de sus series favoritas, que con una mano sobre el espectrómetro de masas y un ojo en el microscopio señala, sin lugar a dudas, al culpable de un delito de sangre, pero también habrá quien pretenda que ese conocimiento le permita salir impune. Lo cual, personalmente, no me asusta. Entre tanto imbécil codicioso, entre tanto sociópata desaprensivo, entre tanta bestia que quiere imponerse a golpe de puño o de pistola -y que desgraciadamente lo hace-, no estaría mal algún sicario con aspiraciones al Nóbel de Química.