Justo Vasco

Fabulaciones

El hundimiento político, económico y social de buena parte de la humanidad ha hecho que el pensamiento, entendido como acto de razonar, se convierta en un ejercicio más ímprobo que subir al Everest haciendo el pino.

Publicada originalmente el 6 de diciembre de 2004

Dice un colega que el pensamiento mágico es el predominante en estos tiempos de incertidumbre y división, y que el pensamiento científico está cada vez más alejado del gran público y se ha convertido en algo incomprensible, dada la incuria generalizada y el elogio de la ignorancia que la mentalidad de la sociedad de consumo ha elevado a categoría de dogma.

En general, no tengo nada que objetar a eso. El hundimiento político, económico y social de buena parte de la humanidad –y no de solo ochocientos millones de personas, como dicen últimamente muchos laureados economistas que parecen prestar atención solo a índices estadísticos sin ver a las personas que esos números esconden- y la entronización de la ley del menor esfuerzo y la felicidad de vía rápida en el primer mundo, han hecho que el pensamiento, entendido como acto de razonar, se convierta en un ejercicio más ímprobo que subir al Everest haciendo el pino.

Y así somos testigos del aluvión de videntes, cartománticos, adivinos de todo tipo, hechiceros, sanadores analfabetos, curanderos y toda esa carroña que las sociedades humanas arrastran desde el origen de los tiempos y cuya finalidad principal no es traer la serenidad o el alivio a los que sufren o temen, sino embolsarse los dineros de sus clientes. Ahora esos presuntos estafadores –digo presuntos porque como no les he dado la oportunidad de que se hagan con mis escasos euros, no podría presentar un testimonio directo-, han asumido la modernidad y no solo aceptan tarjetas de crédito, sino que ejercen sus artes por teléfono móvil o por Internet. Y según me cuentan, algunos de ellos sucumben a trucos de otros vendedores de ilusiones, invirtiendo sus cuantiosos emolumentos en complicados movimientos bursátiles, donde a veces reciben fuertes dosis de su propia medicina. Nada, justicia poética de este mundo globalizado.

La preeminencia del pensamiento mágico, de ese que presupone causas sobrenaturales a todos los fenómenos y busca alivio y consuelo en esferas puramente míticas, es totalmente lógica. De la seguridad en el progreso, en la historia como ente autoconsciente, hemos pasado a la absoluta relatividad de los pocos valores que quedan en pie y a la búsqueda de una recompensa inmediata porque de otra es imposible hablar. Es uno más de los movimientos pendulares en el aún no tan largo camino de la humanidad, amplificado quizá por la eficiencia de los medios de comunicación contemporáneos.

El aprovechamiento mercantilista de este tipo de pensamiento, que contiene el miedo como parte fundamental, se presenta ahora vestido de un supuesto cientificismo de mirada abierta y en ocasiones alcanza grados de picaresca que hubieran sonrojado al propio pícaro de Tormes.

Si no, ¿qué me dicen de las caras de Bélmez? Es probablemente el fenómeno paranormal más importante de los últimos tiempos. Porque, ¿qué puede haber más paranormal que este desaforado galope tras el euro ajeno en el que participan una alcaldesa –curiosamente socialista-, unos autodenominados “investigadores parapsicológicos”, un grupo de vecinos de diverso talante, unos parientes codiciosos y algunos periodistas avispados? Aquí se echa en falta a un Lope de Vega que se atreva a llevar a las tablas la vida de los modernos buscones y lazarillos.

Sin embargo, este fenómeno también tiene sus facetas positivas. En torno a las (algunos dicen “los”) caras de Bélmez se ha generado una saludable reacción escéptica, de carácter científico, que ha logrado publicar en la prensa nacional diversos análisis de esta mistificación en la que compiten varias casas del poblado por ver quién atrae más turistas o quién vende su casa “encantada” a mejor precio.

En un país donde el debate es escaso –la bronca, no- y cuando lo hay se refiere solo a la política y el fútbol, y muchas veces se dirime mediante un aluvión de insultos y descalificaciones, un poco de pensamiento lógico no viene mal, aunque trate sobre un timo tan obvio. Sobre todo cuando está acompañado de un humor incisivo que ayuda a poner las neuronas a funcionar.

A ver si, ya que nos negamos a pensar, al menos el miedo al ridículo logra mantenernos alejados de las patrañas.