Enseñan las costuras
Las caídas duras duelen. Los huesos se rompen, los músculos quedan magullados y el zumbido se apodera de unas neuronas antes dedicadas a proyectos cósmicos, tales como sacar a España del rincón de la historia, reposar con los pies sobre la mesa del emperador universal, o inaugurar obras para las que no piensas presupuestar nada.
Publicado originalmente el 24 de septiembre de 2004
Dice la moraleja de un chiste que anda dando vueltas por ahí desde hace varias décadas que no es lo mismo venir de turista que de inmigrante. Como muchos buenos chistes, no es más que un reflejo agridulce de la realidad. En otros planos vitales, se podría traducir esa conclusión a la esfera de la política diciendo que no es lo mismo estar en el gobierno con mayoría absoluta que estar en la oposición.
Porque gobernar con mayoría absoluta es como ser un turista VIP: puedes promulgar leyes de cinco estrellas, aprobar presupuestos de primera, y hasta tendrás tratamiento personalizado en buena parte de la prensa, y no importa que para la oposición queden los asientos de tercera, las leyes de exclusión y los insultos mediáticos. El problema es cuando se vira la tortilla, y después de acostumbrarte a estirar las piernas a todo lo que da, levantar la mano para que te pongan en ella una copa de cava y viajar a tu suite en limusina, resulta agraviante tener que comportarte como todo hijo de vecino, hacer cola para comer y tener que mirar los precios para seleccionar tu marca de puros o de coñac, porque ahora los pagas de tu bolsillo y no del de todos.
Es mucho peor aún cuando estabas seguro de que tu presencia incontestable en el poder constituía el restablecimiento de un orden cósmico divino, que tu mayoría absoluta era por gracia de Dios, y que los ciudadanos te estaban tan agradecidos que no se les podía ocurrir ninguna idiotez –como, por ejemplo, optar por tus adversarios. En este caso se cumple inexorablemente aquello de que cuanto más alto subes, más dura será la caída.
Y las caídas duras duelen. Los huesos se rompen, los músculos quedan magullados y el zumbido se apodera de unas neuronas antes dedicadas a proyectos cósmicos, tales como sacar a España del rincón de la historia, reposar con los pies sobre la mesa del emperador universal, o inaugurar obras para las que no piensas presupuestar nada. Sin hablar de situaciones tan graves como la pérdida de mecanismos clientelares que mantienen tranquilos, en pleno proceso de digestión, a tanto frondista como anda por ahí, o problemas tan espinosos como que el vestido/chaqué encargado por la esposa/el esposo para las bodas reales es pasto de las polillas en el armario.
Es así que, seis meses después, los peperos no acaban de digerir su derrota. Sin el menor recato enseñan sus tripas doloridas cada vez que tienen la menor oportunidad. Atacan con un gemido de dolor, sumidos en una depresión que tiene algo de autista, sin percibir cómo, día tras día, van enseñando las costuras de un Frankenstein fabricado con los despojos de la derecha sociológica franquista, la ultraderecha de nuevo cuño, una democracia cristiana que tiene menos contenido democrático que sus similares europeas y unos cuantos desencantados por los escándalos finales de la época socialista precedente y el auge de los nacionalismos.
Así, somos testigos de constantes acusaciones contra el actual gobierno por no actuar en temas pendientes desde hace varios años. O, cuando actúa, lo acusan de hacerlo desde un punto de vista partidista. ¿Y a qué se dedicó el gobierno pepero durante los ocho años que estuvo en la Moncloa? ¿Tuvo Josemari Matamoros algún respeto por las opiniones de otros partidos en sus cuatro años de mayoría absoluta? Pero, ya está dicho desde hace casi mil años: cosas veredes, mío Cid…
Y veredes cosas tales, mi estimado señor don Rodrigo, como el “apoyo” del partido de la derecha española, el de los señoritos y los caciques, a los obreros de la construcción naval, a quienes prefirieron tranquilizar otorgando subvenciones ilegales antes que buscando soluciones a largo plazo. O el repeluz con que se enfrentan a una posible regularización de cientos de miles de inmigrantes sin papeles, después de haberlo hecho ellos mismos en unas cuantas ocasiones.
O tendremos que oír, de boca de su líder intelectual una lección de ignorancia y malintencionado desconocimiento de la historia patria, y de la historia del arte y la ciencia europeos, cuando en su muy bien remunerada cátedra de la Universidad de Georgetown Aznar se remite a los tiempos de Al Andalus para buscar las causas de los atentados terroristas de Al Quaeda en España.
Aquí sólo se me ocurren dos cosas: primero, que nuestro felizmente cesante Josemari opina lo mismo sobre España y el mundo árabe que esa lumbrera del pensamiento mundial que responde al nombre de Osama Bin Laden. Y que, si sigue así, pronto lo veremos como coautor, con Pío Moa, de algún próximo libro de falacias históricas.