Justo Vasco

Dudosos liderazgos

 Se dice que errar es humano, y cuando los errores se combinan con las grandes masas, pueden producirse situaciones verdaderamente apocalípticas.

Publicada originalmente el 10 de diciembre de 2002.

Una de las más perentorias exigencias de cualquier modelo de organización de la sociedad es la del liderazgo. Los humanos, por nuestra propia naturaleza, necesitamos líderes para cada una de las actividades a que nos dedicamos como masa. Ahí reside una de nuestras mayores diferencias con el resto de los mamíferos, que se contentan con un líder único para la manada.

Nosotros no. Necesitamos líderes para mantener funcionando la organización social. Pero, en el modelo predominante, esos mismos líderes no son los que gobiernan el flujo de recursos ni la obtención y distribución de riquezas. Que políticos y empresarios estén íntimamente ligados no es nada sorprendente. Pero realizan funciones distintas, que a veces coinciden y a veces no, y llegan a las posiciones de poder de muy diversa manera.

A lo largo de la historia, la promoción de esos líderes a los puestos de liderazgo ha oscilado constantemente de lo sublime a lo ridículo, y aunque sea un testimonio de nuestro casi nulo avance en ese sentido, ridiculeces vergonzosas y sublimidades fanáticas conviven hoy codo con codo. Junto a métodos democráticos que toman en cuenta, más o menos, las opiniones de las personas, perviven mecanismos enraizados en lo más oscuro del Medioevo, e incluso en la época de las cavernas.

No es extraño entonces que elijamos para administrar los bienes públicos a algunos incapaces o ladrones, o que sádicos violentos sean elegidos para garantizar la protección y seguridad de los ciudadanos. Se dice que errar es humano, y cuando los errores se combinan con las grandes masas, pueden producirse situaciones verdaderamente apocalípticas. Europa, por citar un ejemplo, guarda las huellas de algunas de las peores.

Una muestra terrible de liderazgos infames contemporáneos es la que se observa en la esfera espiritual, más exactamente religiosa. Sin meternos en complejas discusiones sobre el pensamiento mágico y su papel en la historia, basta tomar algunos ejemplos para darnos cuenta de que millones de personas siguen con fervor o se someten con humildad a la palabra y la obra de líderes espirituales que pasarán a la historia como carniceros sanguinarios, mentirosos encubridores, fanáticos estúpidos o bestias rijosas sin el menor respeto por el resto de los seres humanos.

En ese saco de ignominia están -todos lo sabemos gracias al constante bombardeo mediático-, por supuesto, los fundamentalistas islámicos que han tomado como rehenes a los fieles de una religión equivalente al cristianismo, sólo que medio milenio más joven. El nombre de Bin Laden, junto al del mulá Omar y otros iluminados de la cimitarra ensangrentada, el coche bomba y los secuestradores suicidas seguirán poblando las pesadillas de los que compartimos ese espacio geográfico, político y cultural llamado Occidente.

Pero no son ellos los únicos habitantes de esa corte infernal, y es una lástima que nuestros medios no dediquen el espacio debido a líderes espirituales inicuos y repulsivos como el cardenal norteamericano Bernard Law y otros canallas de la jerarquía católica, protectores y encubridores de centenares de depredadores sexuales con sotana. Que no publiquen noticias detalladas sobre los métodos tortuosos que intentan utilizar para volver a traicionar a unas víctimas que sólo pretenden que se haga justicia. Que no se hable mucho del aluvión de demandas civiles contra la iglesia y procesos criminales contra sacerdotes a lo largo y ancho de los Estados Unidos, a pesar de los llamados “estatutos de limitación”, que durante años han atado las manos de los ofendidos.

Lástima que no aparezcan en los suplementos de fin de semana grandes reseñas sobre el último libro de Pepe Rodríguez, titulado Pederastia en la Iglesia católica, donde se exponen, documentadamente, los crímenes cometidos por innumerables líderes espirituales  de comunidades católicas contra niños y niñas de su grey, y las campañas de encubrimiento y silencio que les han permitido actuar con flagrante impunidad e, incluso, ascender a los puestos más altos de la jerarquía.

Lo  malo no es sólo que elijamos tan mal a nuestros líderes, que pongamos al lobo a velar por las ovejas. Lo peor es que, cuando las ovejas protestan, o las sacrificamos o no les hacemos el más puñetero caso.