De premios y galardones
Cada vez se pone peor esto de las distinciones y premios. Uno ya no sabe hacia dónde mirar.
Publicado originalmente el 14 de octubre de 2003
Mientras los muertos se acumulan en Iraq, y en muchos pueblos y ciudades de Estados Unidos, América Central y Europa hay gente rezando para que el próximo soldado muerto en un ataque de la resistencia iraquí no sea su hijo, su hermano o su marido, el presidente de la provincia española del Occidente democrático y de libre mercado recibe la distinción “Estadista del Año”.
Cada vez se pone peor esto de las distinciones y premios. Uno ya no sabe hacia dónde mirar. Lejos han quedado los tiempos en que el ingeniero Alfred Nobel, horrorizado por los efectos de uno de sus inventos –la dinamita-, decidió dedicar su cuantiosa fortuna a premiar los aportes más destacados a las ciencias, las letras y la búsqueda de la paz.
Pero el fundador propone y con el tiempo llega gente que dispone sin tomar en cuenta la propuesta primigenia. Por ejemplo, Henry Kissinger, premio Nobel de la paz, es llamado criminal de guerra por Susan Sontag, una de las más destacadas escritoras de su propio país. En su momento, a Leonid Brezhnev, secretario general de los comunistas soviéticos y santo patrón del estancamiento de la economía del país, le otorgaron el premio Lenin de literatura por unas memorias mal pergeñadas sobre su propia participación en una operación muy secundaria de la Segunda Guerra Mundial.
Por ello, no debemos sentir extrañeza de que a José María Aznar lo proclamen estadista supremo en este malhadado año del Señor de 2003. Méritos no le han faltado: contribuir a apuñalar a la ONU por la espalda, apoyar una guerra preventiva, mentir descaradamente sobre las causas de esa guerra y negarse a debatir el tema en el parlamento de su país, hacer todo lo posible por dinamitar la construcción europea, encubrir las continuas metidas de pata de sus ministros y elevar la constitución al mismo nivel que el beato Escrivá. O sea, que ha trabajado con dedicación para sobresalir entre tanto embustero con puesto de presidente del gobierno.
Sin embargo, siempre me queda un sentimiento de insatisfacción cuando veo cuántos premios podrían entregarse a destacadísimas figuras de nuestro entorno. Cuántos nombres podrían engrosar la lista de distinguidos enredadores, embusteros, negligentes, ciegos voluntarios y sordos por vocación sin que tengamos necesidad de echar mano a los altos cargos del Imperio al otro lado del charco. Dejemos para ellos las distinciones de honestidad empresarial, humanismo penitenciario, desarme y cosas por el estilo: se las tienen bien ganadas.
Volviendo a nuestros pagos, propondría el galardón de Primer Luchador Mundial Contra el Crimen para el ministro Acebes, por el diseño de un método estadístico muy eficaz a la hora de reducir los índices de criminalidad. Se suman los tirones, los timos de la estampita, los robos de coche y cosas por el estilo, se compara el número así obtenido con el del año pasado, y ya está. El secreto consiste en dejar fuera los asesinatos. De esa manera, si todos los días hay uno o dos muertos en la capital del reino, y cuatro o cinco más en el resto del país, no hay el menor problema. Y uno puede pararse, con la conciencia tranquila y la mirada limpia, a anunciar que la lucha contra el delito está logrando un éxito indiscutible. Bueno, indiscutible según los honestos militantes del centro, la derecha y un poco más allá, porque siempre habrá rojos, radicales y extremistas, además de partidos de oposición, que lo pongan todo en duda.
De la concesión del título de Defensor del Medio Ambiente, en la categoría de Costas y Océanos, al ministro Álvarez Cascos, no es necesario hablar. La unanimidad ha sido tal que sería ocioso dedicarle una sola letra más. Pero también sería injusto negarle la nominación como Primer Gestor de la Calma Ferroviaria o Promotor del Downsizing Ibérico, después de inaugurar a bombo y platillo un AVE que no llega a los 200 kilómetros por hora. ¿Para qué tanto apuro, si todos sabemos lo que nos espera al final? Con un viaje pausado puede ser que disfrutemos más.
Y finalmente, la medalla de oro con hojas de laurel a los Autocríticos del año debe ir a manos de la Federación Socialista de Madrid. Y si ocurre lo que ellos mismos temen, o sea que el electorado de la capital los castigue, la explicación exculpatoria que seguramente tienen preparada podría servir como discurso de aceptación del premio. Propongo que el acto de entrega tenga lugar en el salón de conferencias de algún importante consorcio inmobiliario.