Clamores y silencios
Sigue el torrente de descalificaciones contra los cineastas españoles que se atrevieron a expresar sus opiniones sobre los hechos que ocurren en España y el mundo.
Publicado originalmente el 19 de febrero de 2002
Sigue el torrente de descalificaciones contra los cineastas españoles que se atrevieron a expresar sus opiniones sobre los hechos que ocurren en España y el mundo en lo que se suponía que fuera un frívolo pase de modelitos de alta costura con algún que otro chiste, a la usanza de la tan cacareada ceremonia de los Oscar. Se atrevieron a rechazar la guerra contra Irak, a protestar por la manera de enfrentar el desastre del Prestige, desearon que ocurriera una pronta crisis en el sector de fabricación de armamentos y hasta volvieron a mencionar el paro como uno de los problemas más acuciantes de estos tiempos.
El barraje de insultos y la operación de acoso y derribo contra Marisa Paredes, presidenta de la Academia de Cine, encabezada por un conocido productor cinematográfico, asociado en sus negocios a un secretario de estado del actual gobierno, ha alcanzado cumbres de idiotez y mendacidad poco habituales incluso en un país donde los debates parlamentarios casi a cualquier nivel se componen más de insultos y descalificaciones que de argumentaciones serias.
Por ejemplo, un tertuliano postulaba, con voz solemne, que “el mercado es sabio”. Eso, para descalificar al cine español, como un todo, ante el aluvión de cine norteamericano en las pantallas de todo el país. Vaya sabiduría la que impide que cientos de millones de enfermos puedan tener acceso a las medicinas, como lo postula el mercado farmacéutico, dirigido por empresas que harían parecer a Al Capone candidato a la beatificación. O se me ocurre que los jóvenes de España, durante décadas deben de haber soñado con disfrutar de miles de tonos para teléfonos móviles que ni siquiera existían, pues actualmente es uno de los productos más rentables del mercado. ¡Oh, qué sabio es el mercado, ese templo de la idiotez tan adorado por los que quieren vernos a todos como idiotas!
Otro, en tono doctoral, decía que “la taquilla es la democracia en el cine”. Pues bien, abajo todo el cine occidental, incluyendo el norteamericano. Cualquier película de las más de 700 que se producen anualmente en la India, sobre todo en Bombay, puede jactarse de contar con decenas de millones de espectadores en su primer mes de exhibición, cifra que sube a cientos de millones en un año. Sometámonos a la democracia de la taquilla en la aldea global, abajo Spielberg y Almodóvar, cine hindú para todos.
¿Cuál ha sido el pecado? Que no digan ahora que la ceremonia tuvo más o menos defectos de realización, de fluidez, de guión, o lo que sea. Porque las entregas de los premios Goya no han brillado especialmente en lo artístico o en la agilidad de su desarrollo en escena. Por intentar ser una copia de los Oscar, ha sido más bien un bodrio, sin demasiado tirón de audiencias.
El pecado es que un grupo humano, que según los que dirigen el cotarro están para entretener y llenar el tiempo de ocio, en lo posible con la menor cantidad de ideas conflictivas, se ha atrevido a ejercer su libertad de expresión y a aprovechar una de las escasísimas tribunas con las que cuenta a lo largo del año para decir, con todas sus fuerzas, lo que opina de las posiciones del gobierno de una España que ya no “va bien” sobre problemas cruciales de la actualidad, tan graves como la guerra y la paz. Entendámonos: en el binomio panem et circenses, a la gente del cine le corresponde el segundo término.
Y lo que hace ese pecado más abominable es el hecho de que refleja la posición de la mayoría aplastante del pueblo español, cosa que uno de los artistas laureados hizo más palpable, al recordarles a los mandamases eventuales que mayoría absoluta no equivale a poder absoluto.
Por cierto, una voz que hasta el momento se echa de menos dentro de esa posición mayoritaria, que tanto molesta a los aparatos de poder, es la de los sindicatos obreros. Ahora se anuncia que la próxima semana se pronunciarán finalmente para convocar a una movilización general contra la guerra. Era hora, porque sospecho que esa mayoría de ciudadanos que se opone a la guerra no se compone de grandes banqueros, de secretarios de estado o de consejeros delegados de consorcios transnacionales.
Desgraciadamente, el planeta actual está estructurado de tal manera que para que unos coman en el Primer Mundo, muchos tienen que morir en el Tercero, pues la industria de armamentos es una gran fuente, directa e indirecta, de puestos de trabajo con salarios decentes. Y que sin los pedidos de los ejércitos o los traficantes de armas, muchos obreros estarían en la calle. Pero una cosa es reconocer esa terrible y vergonzosa contradicción, y otra bien diferente es callar ante el crimen, o limitar la capacidad de convocatoria a reivindicaciones económicas. Esperemos que esas voces se levanten con fuerza y decisión.