Justo Vasco

Barbarie

Yo vivo aquí, y aquí es donde quiero educar a mi hija. Lo más lejos posible de la inconsciencia brutal, de la crueldad generalizada, de la irresponsabilidad homicida. En una palabra, de la barbarie.

Publicada originalmente el 10 de diciembre de 2003

Generalmente se asume que las manifestaciones continuadas y habituales de barbarie son propias de sociedades primitivas, de grupos humanos en los que la lucha por una precaria supervivencia impide el desarrollo del intelecto, de la imaginación, de la compasión. En suma: de una cultura humanista con todo lo que ella implica.

Desde el planteamiento decimonónico de Sarmiento, el presidente escritor de la Argentina, que contraponía civilización a barbarie, es casi un axioma que la brutalidad sin sentido, el hábito de causar dolor y dar muerte sin necesidad, o la falta total de imaginación ante los sufrimientos ajenos son propios de sociedades donde la civilización no ha dejado ninguna huella perdurable.

Pero la realidad del día a día, convertida en imágenes por telediarios, y en relatos escalofriantes por los medios impresos y radiales, nos dice que el letrado general argentino de la segunda mitad del siglo XIX no tiene ninguna razón. Y que si la tuviera, España podría definirse como un país donde la civilización ha fracasado y la barbarie es el común denominador de los peores problemas que afectan la integridad física y espiritual de la población.

¿Cómo explicar, si no, la continua guerra terrorista a cámara lenta que llevan a cabo decenas de miles de varones, españoles o residentes en España, contra las mujeres que comparten o han compartido con ellos sus vidas? ¿Cómo justificar la indolencia de facto de los poderes del Estado y las benévolas penas aplicadas a los agresores? El clamor de buena parte de la sociedad recibe como respuesta hermosas declaraciones y magníficos discursos, pero en los presupuestos no parece haber nada sustancial para asegurar que las bestias se mantengan alejadas de sus víctimas, o que la protección policial sea efectiva y contundente en la defensa de la mujer maltratada que se atreve a denunciar.

Si el archifamoso Bin Laden o los dirigentes etarras contaran con tantos militantes dispuestos a golpear, destrozar y asesinar a víctimas indefensas con las que comparten techo –y que, en muchos casos, incluyen a los hijos pequeños y hasta a los padres ancianos-, en un par de lustros las democracias occidentales, España entre ellas, pasarían a ser sólo un recuerdo, una anécdota en la historia.

Otro aspecto de esta barbarie es la reciente aparición de colgaderos de perros, donde dueños de sabuesos ejecutan lentamente a sus animales sin concederles ni siquiera el beneficio de una muerte instantánea. El tratamiento que esos canallas dan a sus compañeros de cacería cuando consideran que ya no les son útiles, combinación de cálculo utilitario y sadismo del más repugnante, es la muestra más aplastante de ausencia de toda compasión. Y de carencia total de humanidad por parte de los verdugos. De nuevo, la respuesta de las autoridades llega tarde o nunca. Bueno, a no ser por la indignación general de un ayuntamiento, de cuyo nombre prefiero no acordarme, por considerar que esas noticias, ilustradas con abundante y macabro material gráfico, espantaban a los turistas y daban mala fama al lugar.

Y por último, la indolencia con la que está siendo tratado uno de los problemas más graves de la actualidad: la muerte, como promedio, de 12 personas diarias en accidentes de tránsito ocurridos en carreteras españolas. Lo barato que cuesta un homicidio causado por conducción temeraria o bajo los efectos del alcohol y las drogas, y la lenidad del estamento judicial y las discusiones bizantinas de los legisladores sobre este tema, sumado a la inconsciencia estúpida de tantos y tantos ciudadanos, muchos de ellos en su primera juventud, ofrece un pronóstico desolador.

El cuadro actual de los accidentes de tránsito –que en muchos casos podrían denominarse, sin la menor exageración, delitos de circulación-, demuestra cómo la barbarie puede servirse de los logros de la civilización, en este caso de la tecnología, para disparar una espiral de víctimas mortales, heridos, lisiados y desamparados totalmente suicida para una sociedad moderna.

Ya lo sé, alguien sacará cifras y dirá que en Estados Unidos violan a 700 000 mujeres cada año, que en Japón aniquilan las crías de las focas a palos, para repetir, si no que España va bien, que otros van peor. Pero el caso es que yo vivo aquí, y aquí es donde quiero educar a mi hija. Lo más lejos posible de la inconsciencia brutal, de la crueldad generalizada, de la irresponsabilidad homicida. En una palabra, de la barbarie.