Justo Vasco

Aritmética elemental

Habría mucho que discutir sobre lo que de verdad se está haciendo, sobre el deterioro de todo lo público con su consiguiente privatización sin que los servicios mejoren aunque se hagan más caros.

Aritmética elemental

Publicado originalmente el 5 de noviembre de 2003

Desde hace unos años, a la hora de discutir presupuestos o formular programas electorales asistimos, sin voz ni voto, a la derogación de las cuatro reglas aritméticas. Me explico: se reducen los impuestos, sobre todo en la franja de mayores ingresos, lo que a su vez disminuye los ingresos del estado en todos sus niveles (nacional, por comunidades autónomas y municipal), lo que entra tiene que ser por ley igual o mayor que lo que se gasta y, sin embargo, de creer al señor Montoro y a otros destacados economistas del Partido Popular, el gasto público es cada vez mayor y los problemas de la población reciben soluciones más completas y generosas. Ese proceso se denomina, según el señor Rato, “hacer más con menos”, y su resultado, según el ya casi extinguido señor Aznar, es que “España va bien”.

Habría mucho que discutir sobre lo que de verdad se está haciendo, sobre el deterioro de todo lo público con su consiguiente privatización sin que los servicios mejoren aunque se hagan más caros. Sería bueno sacar cuentas sobre el incremento de los altos cargos y sus aumentos salariales, en ocasiones babilónicos, mientras las fuerzas de seguridad del estado envejecen, ganan poco y sus filas ralean debido a jubilaciones, enfermedades, fallecimientos y falta de presupuesto para contratar a nuevos agentes. Pero no hay por qué prestar atención a semejantes tonterías: tenemos hasta superávit en los ingresos del estado, y a quien se le ocurra hablar, por ejemplo, de la deuda billonaria de RTVE, lo menos que le puede pasar es que lo acusen de militar en la anti-España o de haber pasado una noche de lujuria islámica con Bin Laden o alguno de sus secuaces.

A mí las cuentas no me salen. Porque suponer, como hacen los más ingenuos defensores de la omnipotencia del mercado, que los servicios públicos que deja de prestar el estado son asumidos generosamente por la empresa privada, está más allá de mis posibilidades, no sé si por viejo o por cínico. Quizá por ambas cosas. En mi aritmética, si quieres hacer grandes obras de interés público tienes que recaudar. Y si de la caja central no llega gran cosa, no te queda más remedio que incrementar la carga fiscal en tu zona de influencia.

Por eso me alegra ver a políticos de importancia, que de repente, a pesar de la línea de su partido y de alguna que otra promesa electoral que más bien constituye un guiño a grupos de electores, no exento de algo de dolo, se alinean de repente con la realidad y deciden intentar hacer algo con sentido. En este caso se trata de Ruiz Gallardón, el recién estrenado alcalde de Madrid.

La subida de los impuestos municipales, que en este caso supera el 25%, es el paso fundamental para llevar a cabo las grandes obras de servicio público que pretende abordar el primer edil de la capital del reino. Los ciudadanos no parecen muy asustados. No se ven por ninguna parte manifestaciones de madrileños indignados exigiendo que se dé marcha atrás a la decisión o que dimita el alcalde. El susto, al parecer, viene del propio partido gobernante, el de Gallardón, y más directamente del señor Rato, ese portento asturiano que, de la mano con Cascos, nos llevará al paraíso siempre que los mantengamos doscientos años en el poder.

Y, en verdad, entiendo a Rato. Porque esta subida que pretende llevar a cabo Gallardón dice muchas cosas. Entre otras, que la furia del anterior alcalde pepero de Madrid por llenar la capital de agujeros y obras subterráneas parece que no ha dejado gran cosa en lo que a servicio público se refiere, pero sí ha tocado la caja municipal de tal modo que se requiere una inyección urgente. Y que si la gente se pone verdaderamente a sacar cuentas –digo la gente a la que, como a mí, no le queda más remedio que sacar cuentas todos los fines de mes-, llegará a descubrir algunas cosas curiosas, más allá del hecho de que el dinero de ahora alcanza mucho menos que el de antes.

Por ejemplo, que con menos se pueden hacer más cosas espectaculares, que llenen titulares y horas de telediarios, mientras la protección social a los ancianos se reduce continuamente. Que con menos se pueden aprobar leyes seráficas sobre el tratamiento de los delincuentes menores de edad, pero no se puede hacer nada en realidad y son cada vez más los menores reincidentes. Y con mucho menos se puede dilapidar el potencial científico del país, obligando a los jóvenes investigadores a que emigren si quieren trabajar mientras esperan a que la beca que han ganado tenga cobertura presupuestal para poder ocupar una plaza en un instituto o universidad.

Y entonces llega un Gallardón y recupera la aritmética elemental. Qué tipo más pesado. ¿No podría dedicarse a los caballos, como nuestro honorable Don Gabino?